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La nada sutil desconsideración a Zidane

La carta de despedida de Zidane remite al tipo de jugador que fue y al técnico que es, un gran personaje del fútbol, pegado al suelo y refractario a la vanidad. Como futbolista es un tótem. Como entrenador sólo se le conoce por su recorrido en el Real Madrid, pero qué recorrido: tres Copas de Europa y dos Ligas en cinco temporadas, descontado el cameo final en la 2018-19.

Zidane ha funcionado como la seda en todas las circunstancias. Sin otra experiencia que la del Castilla, pero con un apabullante bagaje futbolístico, su impacto en el Real Madrid ha sido tan brillante en épocas de paz como en tiempos de crisis. En su condición de mito, ha sido el escudo infalible de Florentino Pérez en los grandes incendios. El presidente se garantizaba con Zidane una carta extra futbolística, el perfecto factor de protección para esquivar las insatisfacciones de la hinchada.

Zidane ha excedido ampliamente el papel de apagafuegos que se le ofrecía. Los apagaba, construía sobre las cenizas y añadía plata exquisita a las vitrinas del Madrid. Contra pronóstico, convirtió en victoriosas algunas de las ediciones más insípidas del Real Madrid. Saltó del Castilla, donde no le faltaron críticos, a un equipo que ha respondido con Zidane mejor que con ningún otro entrenador del Real Madrid, con la excepción de Del Bosque, con quien guarda un parecido razonable.

Sus contribuciones al predicamento mundial del Real Madrid han sido masivas, pero tanto en el caso de Zidane como en el de Vicente del Bosque siempre han quedado expuestos a sospechas propagadas desde terminales mediáticas bien conocidas. No hace falta demasiado olfato para detectar la percepción que Florentino Pérez tiene de sus entrenadores. Basta con tomar nota del marcial comportamiento que caracteriza al amplio grupo de periodistas que inevitablemente se adhieren a sus opiniones. Reaccionan a la vez, en la misma dirección, con los mismos argumentos y sin la menor fisura. Interpretar a Florentino Pérez es un trabajo muy sencillo en estas condiciones. Es un libro abierto.

Zidane, que se distingue por su elegante astucia, conoce al dedillo las particularidades del Madrid, del presidente y del periodismo. Sabe que desde el primer momento se le asignó una etiqueta desgastante: no es un táctico, una manera interesada y etérea de cuestionarle. Cualquier pelanas podía proclamar las supuestas carencias tácticas de Zidane y se quedaba tan ancho.

No se recuerda a un entrenador del Real Madrid en los últimos 50 que haya obtenido tantos éxitos tanto en menos tiempo. Y nada de menudeo: tres Copas de Europa sucesivas y dos títulos de Liga, con un equipo que envejecía y sólo una temporada de dispendio, la de Hazard, Jovic, Militao, Rodrigo y Mendy.

El palmarés hablaba de maravilla de Zidane. Su discurso favorecía la mejor imagen del Real Madrid y preservaba a los jugadores. A su condición de entrenador de gran éxito añadía su relevante papel institucional. Nunca pretendía situarse por encima del club. Al revés, siempre recordó, como lo ha recordado en su carta de despedida, la gratitud que le debe al Madrid.

Ganador de todo lo que preside el sueño de los madridistas, querido por la hinchada, siempre a la altura de los acontecimientos, hábil gestor de un equipo con carencias cada vez más agudas, generoso con los críticos y sin centuriones mediáticos que le protejan, Zidane ha sido una bicoca para el Real Madrid, pero, vaya por Dios, dicen que es un táctico, acusación que escondía el afán de desacreditar al técnico.

Zidane ha escuchado este estribillo desde el primer día. Sabe quiénes, cuándo y por qué lo repiten. De su carta se desprende que también sabe de dónde procede. No oculta el dolor de la herida, pero esta vez ha elegido un justificado reproche público en lugar de sus anteriores silencios. Ha decidido que la desconsideración excede lo tolerable.