NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

PASABA POR AQUÍ | SERGIO CORTINA

Viva la regla del gol visitante

Nos bombardean con innovaciones en aras de la justicia futbolística pero el fútbol es imperfecto e injusto por naturaleza.

Viva la regla del gol visitante

Cuando el químico alemán Joseph Wilbrand descubrió el TNT solo lo usaba como tinte de un bonito color similar a la miel. El infierno está empedrado de buenas intenciones. Llevo toda la tarde pensando en Joseph y maldiciendo al que inventó la vuvuzela desde que leí que la UEFA quiere abolir la regla del gol de visitante. Seguramente será porque me estoy haciendo viejo, pero siento que el fútbol que conocimos es como la llama de una vela apagándose hasta dejar la habitación oscura.

La regla del gol visitante comenzó a aplicarse en la Recopa de 1965. Nació para evitar los desempates. Los viajes eran aventuras fatigosas y como consecuencia de ello los equipos apenas ganaban el 16 % de sus encuentros como visitante. Entonces alguien decidió darle al burro una sabrosa zanahoria con la que recompensar su sufrimiento. Funcionó. La regla nació también para incentivar el juego ofensivo, pero con el tiempo trajo justamente lo contrario. Racanería y contragolpe. A los detractores los ha representado bien Arsène Wenger durante años. Amarrar un 0-0 en casa nunca le pareció ningún motivo de fiesta al esteta francés.

Me molesta la abolición de la regla y no porque suponga un cambio. Sucede que desconfío de los motivos. Nos bombardean con innovaciones en aras de la justicia futbolística pero el fútbol es imperfecto e injusto por naturaleza. Con ese desdén nos enamoró. Prefiero una regla indiscutiblemente cruel (unos goles valen más que otros) pero que nos regale momentos de absoluta electricidad. El Barcelona soñando y ejecutando aquella gloriosa remontada frente al PSG es solo un botón de una muestra innumerable.

En el fútbol no cabe un genio más. En mitad de la plaza hay un cajón de madera y la cola de iluminados esperando su oportunidad para subirse al púlpito y salvarnos rodea el pueblo. Cuando no tiene nada que hacer el diablo espanta las moscas con el rabo. Antes de dormirme, miro al cielo por la ventana, entorno los ojos y pienso que quizá, en algún rincón del mundo, haya alguien pensando que este deporte funciona porque es primitivo y simple. Porque es un juego tan azaroso como la vida. Porque abraza del mismo modo a los estetas que a los que vivimos colgados del larguero.