La cicatriz de Gerard Moreno

Hasta hace poco me resistía. Quería seguir teniendo ídolos a toda costa, aunque en realidad eran sucedáneos. Me engañaba a mí mismo: los ídolos se tienen en la infancia. Empatizaba con todos los futbolistas de mi edad que iban quedando en la Liga, e iba estirando la excusa de mi año a la década entera. Con la retirada del guardameta Alberto Cifuentes, mediada esta temporada aciaga, no quedó ningún jugador nacido en los 70 en la Liga. No salió esa noticia en los sucesos, pero fue como un cataclismo en mi vaso de agua vital. Me cayó el viejazo. Ya ni con Nino, Joaquín o Jorge Molina me basta. Les sigo considerando de los míos, pero solo porque sigo calzándome unas botas. Podría ser su hermano mayor, y mis ídolos siguen siendo aquellos de antaño, cromos junto al de mi padre: Dani, Santillana, Quini y Solsona. Algo se rompe dentro de uno cuando eres mayor que los futbolistas.

Como toda catarsis, hay una parte de liberación: he encontrado un nuevo ídolo y tiene casi 20 años menos que yo. Vendría a ser como uno de esos amores otoñales de las últimas películas de Billy Wilder. No piensen en un viejo (futbolero) verde, sino en un Gary Cooper en Ariane, en un Humphrey Bogart en Sabrina. ¿O acaso sigo siendo un chaval?

El futbolista de la temporada (regularidad, más goles que el artífice liguero Suárez, un título europeo), mi '9' para la Eurocopa, mi héroe, se llama Gerard Moreno y tiene una cicatriz en su mentón derecho que me vale por los lustros que le saco, por los goles que vi antes de conocerle. Los pericos no olvidamos su zurda ni su personalidad ante Piqué en un derbi, ni la honra de ganar una final a penaltis (¡de amarillo, el primer color del Espanyol!), con las Uefas de Leverkusen y Glasgow cicatrizando en su cara. Por ese juego de tobillo indescifrable, por esos movimientos no siempre ortodoxos, pero personalísimos, con la cabeza alta, que unas veces recuerda al Raúl incómodo y otras a la distinción de Gárate. Por su alegría, por su energía, Gerard Scarface Moreno es el futbolista en el que me gustaría reconocerme cuando por fin me haga mayor.