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El Giro pierde su memoria

El pelotón del pasado Giro, aquella edición trasladada a otoño por la pandemia, se plantó en la salida de Morbegno de la 19ª etapa porque no tenía ganas de recorrer 258 kilómetros con frío y lluvia. El director de la carrera, Mauro Vegni, se enfadó con la actitud, pero finalmente cedió al chantaje y redujo una jornada que, sinceramente, tampoco aportaba demasiado en el trazado. Eso sí, amenazó con medidas y querellas de las que nunca se supieron nada. La etapa reina del Giro 2021 no alcanzó ni el nivel de infanta, porque el organizador taló dos de sus colosos, la Marmolada y el Pordoi, dos puertos míticos de los Dolomitas, oficialmente para velar por la seguridad de los ciclistas con el recorte de sus dos largos descensos. Eso sí, el recorrido mantuvo la última bajada del Giau rumbo a Cortina d’Ampezzo, donde obviamente los riesgos fueron bastante similares a los que hubieran sido en las otras montañas. Vegni asumió la decisión, aunque detrás había un comportamiento parecido al del precedente. El patrón del Giro no quiso exponerse a otro plante en plena competición.

Muchos ciclistas no querían correr en ese estado. No todos, sino algunos jerarcas, en suficiente número y con suficientes galones para condicionar al resto. Incluso a la maglia rosa, Egan Bernal, que soñaba con rendir homenaje al Giro y a los Dolomitas con un gran ataque. Sólo lo consiguió en parte. Su victoria, aun siendo grande y decisiva, no se podrá nunca equiparar a los episodios épicos de esta carrera, a cabalgadas con frío, con nieve, por puertos imposibles… Charly Gaul, Eddy Merckx… Y tampoco hace falta irse tan lejos, basta revisar el triunfo de Mikel Nieve en el tappone dolomítico de 2011. Con su decisión, el Giro de Italia recorta su propia historia, las gestas que lo convirtieron en un evento legendario. El nuevo ciclismo es un ciclismo castrado, que está perdiendo su memoria.