Simeone gira las agujas del Atlético

El Atlético, que no hace tanto se caracterizó por su capacidad para triturar entrenadores, se ha revelado como el club más estable de Europa en los últimos 10 años. En la Navidad de 2011 contrató a Simeone, ídolo de la hinchada en sus días de jugador, destinado a dirigir al equipo más pronto que tarde. Con una trayectoria corta en Argentina, donde conoció éxitos y decepciones por igual, Simeone era un personaje anhelado en el Atlético. Más que a un entrenador, la afición quería un ideal, un líder sin fisuras, identificable con las señas de identidad más palmarias del club. Nadie en el mundo cuadraba mejor con ese perfil que Cholo Simeone, ni ningún equipo se ajustaba mejor a su carácter que el Atlético. Nueve años y medio después, el nexo Atlético-Simeone mantiene su magia.

La edad de oro añadió una nueva fecha en Valladolid, donde el Atlético ganó la segunda Liga en siete años, con la angustia de costumbre y las consecuencias habituales. Fuera de las dos finales perdidas con el Real Madrid en la Copa de Europa -una en la prórroga, otra en la tanda de penaltis-, el Atlético ha sido clínico. Ha ganado dos ediciones de la Europa League, la Supercopa de Europa un par de veces y la Copa del Rey que conquistó en el Bernabéu frente al Madrid. No falló en el Camp Nou en el último partido de la temporada 2013-14 y no patinó en Zorrilla.

Simeone le ha dado la vuelta al Atlético y le ha colocado en la élite europea, uno de los saltos más gigantescos que se han visto en el fútbol. Tan importante como los títulos obtenidos ha sido su voluntad para cambiar el paso a un club que alardeaba de sus tentaciones masoquistas. Se declaraba orgulloso de construir el pernicioso topicazo de El Pupas, que por extrañas razones invitaba más a recrearse en la derrota que a disfrutar de la victoria. Con Simeone, nunca más se ha vuelto a hablar de El Pupas, ni nada que se lo parezca.

Los jugadores del Atlético de Madrid celebran el gol de Luis Suárez ante el Valladolid.

Acaban de cumplirse nueve años del primer gran desafío de Simeone: la final de la Europa League contra el Athletic, en Bucarest. Llevaba cuatro meses en el banquillo. Venció 3-0 el Atlético, sin despeinarse, pero pocos sospechaban el inminente vuelco. Desde entonces, el equipo ha disputado todas las ediciones de la Liga de Campeones y ha cosechado un reguero de título. Simeone lo ha conseguido con dos generaciones de futbolistas y uno que las conecta: Koke, jugador forjado en la cantera, depositario del sentimiento de la hinchada.

Ha sido un decenio vertiginoso en el Atlético. De la inestabilidad a la máxima estabilidad, del Vicente Calderón en el sur de Madrid al impactante Metropolitano en el noreste de la ciudad, del derrotismo al optimismo que le procuran sus constantes éxitos, de convidado infrecuente a la mesa del Real Madrid y Barça a garante del triunvirato actual en el fútbol español. No habría sido posible sin el liderazgo de Simeone.

El Atlético ha ganado esta Liga a la manera de un entrenador que predica una manera de jugar discutida fuera del ámbito colchonero, aclamada dentro. Equipo tenaz, competitivo, fiable, en muchos aspectos más conectado con las viejas maneras del fútbol italiano y de la vertiente más aguerrida del argentino -las dos escuelas con las que se identifica Cholo Simeone-, el Atlético concede poco y aprovecha casi todo.

Lo hizo con los Courtois, Juanfran, Godín, Gabi, Falcao y compañía; lo mantiene con Oblak, Llorente, Carrasco y todos los que han continuado la estela de sus predecesores, incluido Luis Suárez, que ha llegado 10 años tarde al Atlético. Si Diego Simeone personifica el ideal como entrenador de la hinchada del Atlético, Luis Suárez se corresponde al milímetro con la clase de futbolista que los colchoneros pretenden para su equipo.