Por qué la Superliga murió en el parto
Eran tales las malformaciones de la criatura que no debe extrañar que la Superliga muriera en el parto, porque en el levantamiento participaban desde generales (los nuestros, Madrid y Barça) hasta tenientes (el Atlético). Y los primeros entendieron que esto era una batalla y los segundos, un pulso. Un estrabismo fatal, un enorme error de cálculo sobre un principio razonable: la tiranía, casi chulería, de la UEFA para administrar sin explicaciones el dinero que generan otros que incluso arriesgan su patrimonio personal.
Madrid, Juve y United encabezaron la revuelta ante la aprobación de una Champions no consensuada. Otros se unieron pronto. Algunos, a última hora. Fue el caso del Atlético, al que llamaron el jueves por vía de apremio: o das el sí ahora o descolgamos otro teléfono. Aceptó para no perder el tren de los mejores. Su afición no se lo hubiera perdonado. Iban a ser quince. Bayern, Borussia y PSG se subirían al carro en junio. La aristocracia pensaba en poner de rodillas a la UEFA. La burguesía, en por fin mirarla cara a cara.
La grieta empezó a abrirse cuando Ceferin elevó el tono y puso en marcha la maquinaria gubernamental. Los padres del proyecto aceptaron la pelea. Los llamados a filas entendieron que el plan era debatir, no matar o morir. El rechazo general acobardó a alemanes y franceses. Y los aficionados dieron la puntilla al plan. Ahora ya consta que por mucho que pague alguien por un club nunca será su propietario. Cuando Miguel Ángel Gil entró en el vestuario atlético el martes había dejado de creer en el proyecto. Así se lo hizo saber a futbolistas y técnicos, que por entonces andaban con las garras afiladas. También la afición. Las opiniones en contra superaban con mucho a las favorables. Lo mismo había sucedido en los clubes ingleses. En su caso, además, presionadísimos (hasta fiscalmente) por Boris Johnson, algo que no sucedió en España. Incluso futbolistas de Madrid y Barça se alzaban contra quienes les pagan. Hasta aquí la crónica de un fracaso que también deja un mensaje: la UEFA tiene toda la fuerza, pero no toda la razón.