Zidane y los desastres
Es complicado, en muchas ocasiones, no creer que eres lo que muchas personas creen que eres. Dios o calamidad, divino o inútil. Las loas y los venenos, en exceso, matan del mismo modo. Zidane, que ha domado a ambos extremos con la misma habilidad con la que acunaba la pelota, suele dejar que la realidad sea más elocuente que las palabras porque a la hora de la verdad, estas, sirven de poco. En la conferencia de prensa de este sábado, ha vuelto a dar un magisterio de templanza ante la crítica y el elogio: “No soy un desastre, tampoco el mejor”. El francés conoce este negocio, y todo lo que lo rodea, mejor que nadie. Ha sido sentenciado y absuelto con tanta frecuencia que se enfrenta a los juicios como quien acude al oftalmólogo. Al final, siempre sonríe cuando acaba la vista. Y la mayoría de las veces, levantando un título.
Zidane es consciente de que el fútbol es fútbol pero también es algo más. Es industria, entretenimiento, programas de televisión, páginas de periódico, minutos de radio, clics en páginas web. Y fuego amigo. Por eso, en un mundo (y en un fútbol) donde la regla es chocar, él siempre encuentra el camino despejado. Sabe que no hablar de su futuro es su manera de agarrarse al presente porque el Madrid es eso, presente, por mucha historia que hiciera o que tenga por hacer. Que un tropiezo contra el Getafe volverá a cargar las bayonetas. Que de aquí al final de temporada volverá a haber semanas donde “Zidane se la juega”. Que si el Madrid acaba la temporada en blanco, la maquinaria estará engrasada para ponerse en marcha. Y también sabe que diga lo que diga hoy a los medios serán palabras mojadas dentro de un mes si el cemento se transforma en arenas movedizas. Porque lo ha vivido en sus carnes. No hay que echar la vista muy atrás. Hace un mes y medio. Hace tres meses. El año pasado. Justo antes de ganar la Decimotercera. Aún recuerdo los dardos que precedieron a la Undécima. El viento hace girar las veletas y un resultado cambia crónicas enteras.