Crecer
Crecer es darse cuenta de lo ridículo que era cuando de pequeño iba a mis amigos culés y les decía: “¿Sabes qué tiene el Espanyol que el Barça no? Una liga de Segunda”. Crecer es recordar que a los diecisiete años, la edad con la que Omar El Hilali debutó en el primer equipo, aún escribía “he” sin hache. Crecer es resignarse porque es más honesto escribirle al desasosiego que a la felicidad. Nos pasamos la vida creciendo y parece que sólo se dan cuenta las amigas de mi madre. Miro al techo donde antes colgaba una planta comprada en el chino. Me alegraba verla crecer y ahora está ahí afuera intentando sobrevivir. Quizá por eso da apuro hacerse mayor. Hay crecimientos imperceptibles, como el del pelo que despega los electrodos de metal durante un electroencefalograma. Y los hay muy visibles, como el de la colza durante la primavera. O el de Puado después de la cesión.
Sabes que un equipo ha crecido cuando sale reforzado de un bache. O cuando construye una goleada desde la defensa. Pivotar y no ponerse nervioso durante esas milésimas de segundos que transcurren entre que fijas con la mirada el balón y lo rematas de cabeza, como Calero contra el Albacete, también es crecer. A veces toca crecer de forma exprés porque los dos laterales derechos están lesionados; y es tu turno, Omar, ya seguirás creciendo con calma.
Conformarse con el juego, los resultados y la actitud zen de un entrenador que, si consigue subir al Espanyol campeón, no posará con una bufanda ni gritará, forma parte de entender el proceso. Como que una buena historia necesita tener un buen inicio y un buen final, que toda obra debe ser imperfecta, y que no hay éxito sin contratiempos. Y eso es lo que anda mostrando Vicente Moreno al timón: que ––como escribió Pessoa– cuando el barco vuelve al puerto siempre hay algún cambio a bordo. Aunque en ocasiones cueste verlo. Por esto, y porque nunca hay que madurar tanto como para decir ‘no’ a una buena fiesta, es por lo que deseo celebrar el campeonato de Segunda.