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A hombros de Casemiro

El Madrid se agarra por los pelos a la Liga. En el derbi tardó más de una hora en entrar al partido, si eso significa oponerse con firmeza a un rival que le superaba por empaque y recursos, tanto ofensivos como defensivos. Levantó algo su vuelo con los cambios. Rodrygo y Asensio no dieron señales de vida y sus sustitutos –Vinicius y Valverde– aportaron algo de la energía necesaria para reducir daños en un momento crítico del campeonato. Fue un Madrid leve, sostenido por un gigante: Casemiro.

Casi nada en el equipo ayudó a un juicio colectivo. Ninguna línea mostró la entereza suficiente. Fue un Madrid de jugadores, de unos pocos jugadores. Courtois, las pocas veces que fue exigido. Kroos no fue Kroos, pero a veces se le pareció. Benzema se sintió rodeado de camisetas rojiblancas durante 75 minutos, sin encontrar la pelota, el juego y el remate, pero cuando emergió lo hizo a lo grande.

Casemiro estuvo en otro plano, tan por encima de todos que pareció colgarse el equipo a la espalda y tirar de él en todos los sectores del campo. Fue lateral, central, mediocampista, interior y delantero, siempre a su manera, sin estruendo, de manera silenciosa. Ni cuando golpeó algún tobillo, eligió el alarde.

Aquel jugador que llegó sin la menor atención mediática, con su primer destino en el Castilla y el segundo en el Oporto, se ha convertido en un jugador para recordar por el madridismo. En un club que siente predilección por los futbolistas comprometidos hasta la médula, Casemiro avanza a toda máquina hacia la admiración general.

Casemiro protege el balón presionado por Saúl y Correa en una jugada del derbi del domingo.
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Casemiro protege el balón presionado por Saúl y Correa en una jugada del derbi del domingo.SUSANA VERAREUTERS

Cada temporada ha progresado en la escala jerárquica. En ésta, su mérito es mayor. La lesión de Sergio Ramos, las numerosas bajas que se han sucedido y las penurias de la delantera, han agrandado el perfil del futbolista brasileño. Acompañado por los magníficos Modric y Kroos, Casemiro ha sostenido la bandera del equipo y lo ha llevado todo lo lejos que ha podido. Si el Madrid mantiene las expectativas en la Liga se deben en gran parte a su contribución. Lo mismo ha sucedido en la Copa de Europa. En Moenchengladbach llevó al Madrid a un empate que no se veía por ningún lado.

Su actuación en el Metropolitano permitió que el equipo no doblara la rodilla. El Atlético gobernó el partido con autoridad, orden y dinamismo. Sorprendió menos la ausencia de ideas que su achicamiento. Sus dos extremos se borraron. Suárez destruyó a los centrales. No hubo otro plan que colocar centros blanditos, convenientemente bajados por los tres centrales del Atlético, que disfrutaron como niños en el primer tiempo.

A Casemiro le tocó socorrer a todas las líneas, y lo hizo de maravilla. No estaba dispuesto a perder el derbi de ninguna manera, a pesar de las extremas dificultades que atravesaba el equipo. Cuando el panorama comenzó a despejarse, mediado el segundo tiempo, Casemiro se sintió en su apogeo. Acudió a la llamada del delantero que lleva dentro y tiró del equipo hasta llenarlo del ánimo que no existía hasta entonces.

Su participación en el gol fue brillante porque entendió a Benzema, que no había encontrado a nadie que le entendiera hasta entonces. Por primera vez en el partido, el Madrid conectó por dentro y encontró las rendijas en la defensa. Benzema con tacto y sutileza. Casemiro, con poderío y clase en el pase final, sencillo a primera vista, pero complicado en un momento de máxima ansiedad, con Oblak enfrente.

Salió del derbi como un referente obligado del Madrid, un capitán en toda regla. No se pone el brazalete, pero lo es. Si la capitanía significa liderazgo, ejemplaridad y arrestos, Casemiro es capitán general.