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El misterio de la santísima trinidad

La suerte parecía una fuerza divina manejando los hilos del partido. Castigó al Barça y al Granada. Benefició primero al equipo de casa y finalmente le quitó el caramelo para dárselo a un Barça que había estado entregado. Y finalmente fue feliz, consciente de que esta victoria a trompicones significa más que una simple gesta de Copa. El Barça de los últimos años no era capaz de estas remontadas. Este equipo de Koeman se dio a sí mismo una lección de fortaleza moral. La desgracia no siempre se conjuga como un destino sino como un accidente, una montaña de hielo por la que tienes que escalar por la huella de tus errores.

Fue una competición tonificante, también desde el punto de vista del propio fútbol. Ningún jugador, de ninguno de los dos equipos, se rindió. Pero hubo una santísima trinidad que se conjuró para ejecutar la remontada. Messi, Griezmann, Pedri. Ese trío ya sabe que se puede. El trío que no se rindió. Alba era el que venía atrás, con la fuerza. El conjuro duró un cuarto de hora. En quince minutos se había ahogado el Barça, en quince minutos resucitó.