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Me equivoco cada quince días

Escribir esta columna cada quince días tiene una ventaja indiscutible: se te bajan los humos enseguida. Me pasa, sobre todo, cuando lo hago sobre el Madrid de Zidane. Entonces la cualidad terapéutica de la columna reluce y me demuestra, cada quince días, como un reloj, que no tengo ni idea de fútbol. La cosa sucede siempre así: el Madrid pincha contra algún combinado de los que algún día llamaremos exóticos bajo los parámetros de la mágica Superliga Europea y arranca el proceso. Repaso el partido, leo en Twitter cuatro o cinco chistes titulados "el show del calvo", me vengo arriba, escribo tres párrafos rotundos creyendo aportar todas las soluciones, incluso dándome el lujo de la ironía y entonces sucede. Zidane le da vuelta al calcetín y me deja girando como un idiota. Como dejaba a los defensas después de una ruleta.

El francés fue, fundamentalmente, un futbolista de momentos, pero ha conseguido justo lo contrario en el banquillo más exigente. Con sus sombras, se ha convertido en una figura de largo recorrido. Hace un mes al Madrid le dolía verse en el espejo. Desde entonces, siete victorias y un empate. Hace un mes, el equipo sufría para encontrar la pulsión italiana que le procuró la última Liga. Sin ritmo ni pegada, volteado por exigentes rotaciones, el Madrid era un equipo encogido. Desnudo de la cabeza a los pies. Recuperada la seriedad atrás y la vitalidad en el medio con Modric y Lucas Vázquez marcando diferencias, el equipo es otro. Agitando el árbol, Zidane ha ganado para la causa la regularidad de Lucas y comienza a atisbar el talento de Asensio.

Zidane, concentrado durante el Real Madrid-Celta
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Zidane, concentrado durante el Real Madrid-CeltaJESUS ALVAREZ ORIHUELADIARIO AS

El borrón en el cuadro está fuera del campo. Zidane le ha encontrado la mano a la temporada apoyado en lo de siempre. Deliciosas, pero son lentejas. Eso deja en entredicho la planificación, los variados esfuerzos del club por construir un equipo de futuro que están lejos de dar fruto. Tan solo Mendy ha reclamado como suyo un hueco en el once titular. A muchos de ese abanico extravagante de realidades que va de Jovic a Rodrygo, ni se les espera. Y justo en ese escenario llega la renovación de Sergio Ramos. Un central de casi 35 años que quiere cobrar como si fuese a liderar el club durante la próxima década. Un asunto incómodo y de difícil solución.