... Y el Real Valladolid se convirtió en el ‘Grinch de la Navidad’
Resonaba aún el eco de los niños cantando y en el ambiente la singular alegría y alborozo de los afortunados descorchando botellas de cava. En el estadio, bajo la noche estrellada, el altisonante espectáculo de luz, sonido y color. El Barça llegaba a Valladolid como un regalo. Preparados todos en nuestras casas al abrigo de las zapatillas y junto al árbol llegaba el momento que tanto esperábamos. Pero ya antes de siquiera empezar a rasgar el colorido papel y tirar del lazo, advertimos que la caja venía golpeada y algo deteriorada. Esperábamos un Pucela férreo, pétreo, consistente, un equipo que fuera capaz de anular el juego por dentro del Barça y no invitaba a pensar que con la alineación que presentaba Sergio esto pudiera ocurrir.
Dicho y hecho. El Real Valladolid fue abordado por el holandés errante, de principio a fin. Ni el más mínimo atisbo, ni una señal, ni una estrella que seguir, nada… el Pucela fue por demérito el muñeco del ‘pim pam pum’ de un Barça que llegaba a Zorrilla como el segundo peor equipo de la Liga a domicilio, solo por detrás de Osasuna. Sorprendió Koeman con su alineación y cambio de sistema, sí… pero del otro lado del banquillo no hubo reacción. Como adoquinados mazapanes asistimos al concierto de toque culé. Atragantados por un polvorón que no nos impidió pronunciar hace unos días Pamplona, pero que esta vez no pasó ni con el agua de los cambios de la segunda parte. Y terminó el partido cero a tres… gracias a un inconmensurable Masip que fue de lo poco que se salvó del Pucela. Eso sí, nos queda al menos el consuelo de que al menos de puertas para dentro se hizo autocrítica. Sergio González asumió la responsabilidad entonando el ‘mea culpa’, y no cayendo en la autocomplacencia “si hay un culpable, soy yo”. Cuestión ésta que no es baladí, porque sin autocrítica no hay posibilidad de corregir errores, evolucionar y crecer.
El Real Valladolid se convirtió anoche en el ‘Grinch de la Navidad’ y aunque nos arruinara el primer regalo de estas fechas, ya sabéis cómo acaba la historia de este adorable duende verde, se sentará junto a nosotros en la mesa, trinchará el lechazo, cantará villancicos… y se vestirá de blanco y violeta.