El secreto de llamarse Sainz
El miércoles amanecía con una agradable sorpresa para los aficionados a los deportes del motor. Una simple anécdota, sin mayor trascendencia, pero de las que gustan y nos animan a reconciliarnos con la especie humana. El equipo McLaren publicaba en sus redes sociales un vídeo, simpático y sincero, enviando a Ferrari un estupendo regalo de Navidad: su piloto hasta ahora, Carlos Sainz. No es muy frecuente este tipo de gestos en el mundo de la competición y los chicos de Woking merecen un aplauso en toda regla. Aunque también creo hacerse acreedor de este reconocimiento no es casual, dice tanto del talento de su protagonista como, muy especialmente, de su talante.
Carlos Sainz hijo ha salido a su padre en bastantes cosas, la genética manda. Me refiero a lo deportivo, lo personal es un tema privado que no corresponde en estas líneas. Recurro a lo que me parece una obviedad porque lo considero relevante para entender mejor que el vástago se marche de un equipo dejando ese poso de profesionalidad, esfuerzo y entrega que tantas veces, al menos los que ya tenemos una edad, vimos en su progenitor. Los Sainz son pilotos especiales no solo porque son rápidos, también por su compromiso con los proyectos que asumen, su dedicación incansable a mejorar las mecánicas, su firmeza en las decisiones, su mesura en las declaraciones, su relación con los equipos, su fidelidad a los colores… En fin, todo lo que se debe exigir a un piloto excepcional y que no siempre se concita con el mismo acierto y proporcionalidad. Y aunque con el volante creo que aún tiene que demostrarlo, en todo lo demás diría que el hijo es ya una versión mejorada del padre.