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Russell confirma lo evidente

Russell es un piloto de mucho talento, lo aseguran todos los especialistas. Pero por edad y bagaje parece evidente que no hablamos de Verstappen, Pérez, Ricciardo, Leclerc, Sainz ni desde luego Bottas. Sin embargo, ha cubierto la baja de Hamilton con un rendimiento extraordinario, a punto de ganar en la carrera de su debut con el Mercedes, sólo un doble infortunio lo ha impedido. Una actuación que confirma lo evidente: ese monoplaza hegemónico lo es tanto que prácticamente cualquier piloto de la Fórmula 1 es capaz de hacer virguerías a su volante. Yo estaba convencido de que haría un buen papel en Sakhir, pero apostar por verle luchando por el triunfo me parecía un poco arriesgado, incluso como colofón a un fin de semana impecable, siempre ajeno a la tensión de semejante desafío.

Como élite de este deporte, los grandes premios representan la máxima expresión de la ingeniería automovilística. Los mejores coches del mundo en manos de los pilotos más cualificados, nada nuevo en ese sentido. Pero lo ocurrido en Bahréin es una constatación algo inquietante de una realidad que deja el factor humano en un papel, en mi opinión, demasiado secundario. Da la impresión de que las décimas de diferencias entre la excelencia y la mediocridad las aporta exclusivamente la mecánica. De otro modo no se explica que Russell, que ni siquiera había sumado un punto en sus dos temporadas en la F1, se suba por primera vez a un Mercedes… y esté a punto de ganarla. En lo que sí creo que la maestría abre brecha es en el control de la competición, la regularidad durante todo un campeonato, la gestión de la presión… Entonces hablamos de grandes campeones, que son algo más que grandes pilotos.