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Malas noticias, peores sensaciones

Las malas noticias compiten con las malas sensaciones en el Barcelona, donde para buscar un atisbo de esperanza hay que aferrarse a que Dembélé evoluciona de catástrofe andante a referente de rebeldía en un equipo que parece salido del museo de cera. Más allá del acto de fe que supone empezar a creer en el francés, todo lo demás en el Barça es preocupante. En noviembre, el equipo blaugrana empieza a descolgarse en la tabla, la ilusión de futuro que encarnaba Ansu Fati no regresará como pronto hasta marzo, se lesionó Sergi Roberto, Piqué cayó dramáticamente en el Wanda dejando al equipo huérfano por partida doble: en la defensa y en el liderazgo que Messi no ejerce. El Barça es como el palacete del Marqués de Leguineche en la Escopeta Nacional de Berlanga. Tuvo días de gloria y por fuera aparenta, pero en el interior todo son grietas, goteras, humedades y mugre. Y lo que es peor, parece que los inquilinos empiezan a acostumbrarse a la decadencia.

Y esa falta de rebeldía es la peor noticia de todas. La pésima sensación de que el enfermo ha dejado de luchar, ha entrado en depresión y se está dejando ir. Caer en el Wanda entraba dentro de lo previsible, incluso ante un Atlético mermado, pero lo intolerable es hacerlo como el náufrago que deja de nadar. Las goteras, las grietas y las palomas se han adueñado de una mansión que está a punto de convertirse en un Zara.