La victoria de MotoGP

Las circunstancias quedan muy lejos de permitir lanzar las campanas al vuelo o pretender ser triunfalistas. En estos tiempos tumultuosos, sin embargo, diría que tampoco está de más aferrarse a la esperanza, a los detalles que nos deja lo cotidiano y a los pequeños éxitos que se conquistan en esta maldita pandemia de la COVID-19. Entre ellos creo que figura la celebración del Mundial de MotoGP, que casi de forma milagrosa termina este fin de semana en Portugal. Son muchos los deportes, por fortuna, que han conseguido salir adelante en condiciones tan complejas, pero el caso de las motos era especialmente dificultoso por sus características intrínsecas y su monumental logística: miles de personas moviéndose cada fin de semana de un país a otro, con periodos fuera de la burbuja de protección y un contacto entre los implicados que, siendo sinceros, resulta inevitablemente cercano en muchas ocasiones.

Dorna, con su habitual diligencia y diría casi que clarividencia, se puso rápido manos a la obra para orquestar una estrategia que resultara viable. Con Carmelo Ezpeleta a los mandos, siempre una garantía, han materializado un certamen más que digno, con carreras emocionantes, vencedores y vencidos, campeones, supervivencia de los equipos y trabajo para su personal… La mayoría de los ingredientes necesarios para un gran Mundial excepto uno, de enorme valor pero por desgracia imposible de añadir a la ecuación: los aficionados en los circuitos. Las carreras se han seguido por televisión y la Prensa, pero el calor de los seguidores en las gradas, en cualquier deporte, es algo que no se puede sustituir de forma virtual alguna. Pero todo llegará, confiemos. Lo que toca ahora es reconocer el esfuerzo y la victoria, si quieren relativa, de MotoGP sobre la pandemia.