Nadie puede negar a Luis Mari Elustondo su voluntad por impulsar la Federación Vasca de Fútbol, por poner a la Euskal Selekzioa en primera línea y pelear por la oficialidad, ese Dorado, ese camino tan arduo por el que te empujan las autoridades políticas, las mismas que tan solo te dejan habitualmente ante el toro cuando no hay fotos. Su problema, como el de Villar, es que no ha sabido marcharse en hora. Su legislatura concluía en 2016 y hubo consenso para prolongarla dos años más. Luego la ha estirado con la idea de abarcar la Eurocopa en Bilbao, y la pandemia le ha roto los planes.
El despropósito aquí es su talante indiscreto y charlatán. En esto casa de cine con su seleccionador, Clemente, que bendice cada parón de LaLiga porque le pone en la órbita mediática. Y luego está su afán de protagonismo. Hay que saber irse un minuto antes de que la gente perciba que estás de más. Su etapa tenía que estar acabada aunque solo sea por la pifia con la selección Argentina. Un anuncio de un amistoso que iba a ser histórico y que se rompió por el malestar de un intermediario de aspecto ladino. El encuentro contra Cataluña fue uno de sus orgullos. El fracaso en Panamá, eso sí, no es culpa suya sino del puñado de jugadores que se borraron.