Cuando fuimos los mejores, Poli
El boxeo, políticamente incorrecto, empezaba a estar deprimido cuando apareció Poli. El púgil con kryptonita en la derecha que reconectó al pueblo (a los que tenían dinero en el bolsillo y a los que no) con un deporte que reinó en España con Legrá, Carrasco, Perico, Durán, Velázquez, Urtain o Evangelista y que comenzó a ser expulsado de las televisiones y los medios, buenismo mediante.
Cuando Vallekas se escribía con K, se cotizaban las chupas de cuero y se vivía muy deprisa, un chico de Palomeras entró en el gimnasio del Rayo y descubrió que era mejor atizarle al saco que zurrarse en la calle. Debutó como amateur en la madrileñísima Plaza del 2 de Mayo en Malasaña y acabó metiendo a 15.000 almas en el Palacio en sus Europeos. La farándula se apretujaba con ministros en el 'ringside' y la afición rugía en la grada. A lomos de la promotora de Enrique Sarasola, empresario íntimo de Felipe González, y pulido en la cuadra de Ricardo Sánchez Atocha en El Espinar, Poli se convirtió en una bomba de boxear y también mediática.
Un 27 de julio de 1991, reunió a dos millones de españoles de madrugada ante la pantalla de Tele 5 para ver su asalto al Mundial en Norfolk (Virginia). Llegaba invicto y Pernell Whitaker, uno de los grandes, frenó al Potro que por entonces ya pensaba en otras cosas que no eran el boxeo. Después vino un descenso a los infiernos que no quiere recordar. Con él, el boxeo subió y cayó. Se bastó solo. En esa época en la que fuimos los mejores, como cantaba Loquillo, y los bares no se cerraban.