Los alemanes nos llevan por el peralte
El empate del Real Madrid en Moenchengladbach no le alivia de la sensación de derrota que sufrió ante el equipo alemán, el tercero que señala una tendencia preocupante para el fútbol español. El Bayern aplastó al Barça en agosto, el RB Leipzig eliminó al Atlético en los octavos de final y en el Borussia se preguntan cómo es posible que le empataran un partido que lo tenía bien ganado en el minuto 86. En los tres casos, los alemanes llevaron el partido al vértigo y se impusieron por velocidad, verticalidad, sencillez y despliegue atlético. Barça, Atlético y Real Madrid parecieron cansados, sin energía, superados por la vitalidad de unos rivales que corrían más y mejor, y en el caso del Bayern mezclando el fervor con un juego maravilloso.
El Borussia confirmó que el fútbol ha sufrido un cambio enorme en los últimos años, no sólo en las cuestiones económicas y mercantiles, sino en la disposición de los entrenadores y los equipos para afrontar los partidos. Gran parte de la transformación la obró el Barça de Guardiola con su alta, sofocante y disciplinada presión sobre sus rivales, con unos réditos inmediatos: recuperar la pelota inmediatamente, atacar en pocos metros o empujar al contrario, generalmente hundido en su área, al pelotazo.
Diez años después, son legión los equipos en Europa que presionan sin desmayo, impiden una prolija salida con el balón y convierten la amplía extensión del campo en un territorio de combate. Lo hacen porque además son extremadamente generosos en el esfuerzo, olvidan los egos y todos los jugadores participan en un despliegue físico que exige una respuesta parecida de los equipos adversarios. Ni el Barça, ni el Atlético, ni el Real Madrid la tuvieron. Los tres dispusieron en mayor o menor medida de momentos favorables, pero todos dieron una impresión sufriente, la clase de dolorosa incomodidad que tiene muy mal arreglo.
El Madrid lo arregló a medias en los cinco minutos finales, después de estar al borde del 3-0 y quién sabe si de una goleada escandalosa, con Sergio Ramos y Varane en la delantera, sin apenas defensores y la inminente posibilidad de una llegada masiva de los veloces delanteros y centrocampistas del Borussia, que perdieron una ocasión única de darse un festín. Los goles del empate llegaron más por la resistencia a la derrota, es decir, el admirable orgullo de los jugadores, que por recursos, ideas y claridad.
El punto en Alemania no parece gran cosa, pero lo es. Le deja al Madrid pendiente de sus partidos con el Inter de Milán, que tiene historia, estructura y cualidades reconocidas. No tiene, sin embargo, el sentido directo y arrollador de los alemanes. En su estilo, el Inter, hijo distinguido del Calcio, conducido por un técnico forjado en el tacticismo italiano, es un rival más reconocible y quizá más manejable para el Real Madrid.
Excepto el punto, que adquirió todo su valor por el momento en que se logró, nada en el Madrid invitó al optimismo. En tres días se disipó el efecto de la victoria en el Camp Nou. Volvió la preocupación, en esta ocasión con el problema que añade la alineación, la misma que Zidane utilizó contra el Barça y la más lógica en estos momentos. La única buena noticia procedió de Marco Asensio, que jugó para ganar el partido en todos los momentos y generó toda clase de enredos a la defensa alemana.
Su impronta en el partido es la que necesitan Asensio y el Real Madrid, que recupera a Hazard, a la espera de la continuidad que no ha encontrado desde su fichaje. Entró en los últimos minutos y no dio margen para medirle, pero su ingreso afectó al Borussia. El equipo alemán mostró a Hazard el respeto que no manifestó a Vinicius. Por ahí, el Madrid ganó terreno y papeletas para marcar algún gol. Consiguió dos en un instante. Todo lo demás fue muy preocupante.