La geofagia del Espanyol

Aislando el engañoso 3-0 de la primera jornada ante un timorato Albacete que ya ha cambiado de entrenador, a estas alturas ya se han percatado el Espanyol, sus seguidores y hasta un extraterreste que pasara por aquí de que lo que toca en Segunda es masticar –y, si conviene, tragar– tierra. Pura geofagia. Lo palpó ante Mallorca, Oviedo y Sabadell. Lo intensificó contra el Alcorcón, perro viejo en la categoría. Y lo ha sublimado frente a un Rayo Vallecano que, hasta la fecha, ha sido el adversario que más le ha comido no la tierra pero sí la tostada a los pericos.

Se plantaba el Espanyol en Vallecas como el indiscutible fuertote de la clase, líder, invicto e imbatido, con 13 puntos. Pero el Rayo le plantó cara, se puso a su nivel, le tuteó y le superó. El dominador durante muchos tramos dominado. Con unas bandas tan afiladas que le cortaban. Porque parece mentira que se midieran los dos últimos colistas de la máxima categoría, en 2019 y 2020. Por el ritmo de partido, parece claro que ambos equipos opositan a volver en unos meses. Por calidad, por oficio y por banquillo, precisamente las herramientas que la escuadra perica había hecho valer hasta ahora para que los partidos cayeran por maduros.

Cabrera despeja un balón.

Y en Vallecas lo volvió a intentar Vicente Moreno. Tras una aciaga primera mitad, la peor sin duda del curso en que se salvó una vez más un entramado defensivo que ni hecho con Loctite y que propició el récord de imbatibilidad en Segunda, recurrió el técnico a la vuelta del descanso a Nico Melamed –como ya había hecho ante el Alcorcón–, retrasó a Sergi Darder a su posición natural de mediocentro y, más tarde, sacó su cuchillería, con Vadillo y el retorno a Vallecas de Embarba.

Pero esta vez no brotó la sangre fría de Raúl de Tomás, que no fue profeta en su tierra, ni una carrera electrizante de Nico Melamed. Después de tres jornadas resolviendo en el tramo final, en esta ocasión fue el Rayo, personificado en un Isi que había roto la baraja desde el primer minuto, el que dio al Espanyol de su propia medicina.

Fue el extremo quien lo devolvió a la tierra, la de masticar, tragar y hasta hacer la digestión para asimilar que no todos los rivales iban a hacer cosquillas, que algunos asestan puñaladas que hieren. Una nueva situación para un equipo que nunca había recibido un gol. Que nunca había perdido. Un aprendizaje en este máster de la Segunda División al que nadie quiso apuntarse pero que hay que superar con matrícula.