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Reabre el ocio nocturno –aunque sin bailar, ni de lejos ni pegados ni igual que baila el mar con los delfines– en plena pandemia, la casa de uno de los grandes productores de ‘realities’ del mundo se convierte en un plató de telerrealidad y en el Espanyol de Segunda permanecen todos los jugadores más caros de su historia, con una única venta consentida, y que tuvo como destino nada menos que al campeón de Europa, cómo resistirse. Que el destino es caprichoso lo descubrimos ya hace meses en este disparatado 2020, un año tan anómalo que por primera vez está mejor visto lo negativo que lo positivo. Que el club perico posee una de las mejores plantillas de la historia de la categoría de plata y que todo lo que no sea regresar a Primera resultaría inadmisible se confirma ahora, por si quedaba alguna duda, en el cierre del mercado.

Tal como sucede en la sociedad por el dichoso coronavirus, al Espanyol todo le marcha efectivamente al revés en estos tiempos, que podría firmar el mismísimo Nolan. Cumplía este miércoles un año una de sus fechas clave. Se firmaba el 7 de octubre de 2019 la destitución de Gallego –hoy tan estilizado en cuerpo y alma que lidera la Segunda División–, así como la llegada de Pablo Machín. De Súria a Soria pasando por el Zorya, y a una premisa desde el club: “Aguanta, Pablo, que en el mercado de invierno invertiremos en la plantilla lo que haga falta para darle el plus que necesita”. La inversión en enero llegó. Un desembolso histórico, como lo fue todo lo que rodeó al club para bien o para mal, de más de 40 millones. El entrenador, con sus desastrosos resultados, por poco pero no. Tampoco la permanencia. Y el Espanyol (o para el caso Chen Yansheng, propietario del 99,5% del club), aunque por el camino perdió nada menos que la categoría, parece que acabaría por aprender la lección.

Hoy Vicente Moreno, un técnico de rictus aparentemente similar al de Machín –de los que te esperarías que te atendieran en una oficina de Correos o en el examen teórico de conducir–, representa la sensatez, la versatilidad, la implicación y la altura de miras. Incluso la diplomacia, por mucho que se saque de escaparate, perdón, de contexto alguna frase suya aislada. Y hoy el club no se deja deslumbrar por las ofertas que reciben los Hermoso o Borja Iglesias de ahora, su columna vertebral titular, vaya. A veces no se precisan derroches, simplemente huir de la codicia.

Tampoco se ponen en ‘huelga’ por salir los propios jugadores, aun estando en Segunda y aun aceptando rebajas salariales (que ya se compensarán con creces en Primera, lo cual tampoco es mal negocio para ninguna de las partes), cuando no firmando sin saber siquiera si iban a poder jugar, como le sucedió a Keidi Bare. La situación general derivada de la pandemia en todos los clubes, no nos engañemos, también ha puesto en ese sentido de su parte.

A diferencia de hace justo un año, con el Espanyol en Europa y con 90 puntos por delante en LaLiga para salvarse pero con un estado de ánimo más bajo que el Euríbor, ahora se pelea el club en Segunda, con la mitad de presupuesto, y paradójicamente con una afición expectante, ilusionada. Con 400 socios más que entonces aunque ni siquiera se puede asistir al estadio. A ojos del Gurb de Eduardo Mendoza o de cualquiera que no siga al día este estupefaciente legal llamado fútbol, una increíble locura.

Cerrado el periodo de fichajes, es la hora de la plantilla. De que mantenga intactas e incluso eleve todas las esperanzas que ha generado. Y de que, como ya ha empezado a asumir desde la primera jornada, meta en su mochila el máximo de puntos. Como si la competición fuera a acabar mañana o, a mucho tardar, con las campanadas de la Nochevieja; es decir, como si contradiciendo a Mecano no quedaran ya ni siquiera cinco minutos más para la cuenta atrás.

Porque enero, el mercado de invierno, deparará una pugna entre clubes probablemente mayor que la de este verano, uno se imagina alguna escena de ‘El lobo de Wall Street’ en el día del cierre, así que conviene llegar abrigados. De intentar que en esa ventana, a diferencia de lo sucedido hasta ahora, no ocurra justo lo contrario que el año pasado, y que si sucede –cláusulas mediante– se encuentre el Espanyol tan cerca de la orilla que, en esta ocasión sí, baste con un “aguanta, Vicente” para plantar en tierra firme la bandera del ascenso. Que es el único final posible. El único positivo. O negativo. Que uno ya no sabe qué es lo bueno.