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El otro miedo escénico

"Old Trafford, del teatro de los sueños… al teatro de las pesadillas". Así describía un periodista argentino la humillante derrota que sufrió el domingo el Manchester United, 1-6 en casa frente al Tottenham de Mourinho. Puede que la expulsión de Martial en el minuto 28 fuera excesiva (y la provocación de Lallana sancionable), pero a partir de entonces los reds perdieron la concentración y negaron a Helenio Herrera: no, con diez no se juega mejor. Solksjaer, entrenador del United, reconoció que había sido su peor partido, pero su desgracia quedó en segundo plano poco después, cuando el Aston Villa le endosó un 7-2 al Liverpool, vigente campeón. Era la primera vez que un equipo de Jürgen Klopp recibía siete goles, igual que hace una semana fue también la primera vez que Guardiola contaba cinco en contra, tras la derrota del City ante el Leicester (2-5).

El festival de goleadas sorprendentes no es exclusivo de la Premier. Hace poco el intratable Bayern de Múnich fue domado por el Hoffenheim (4-1) y anteayer los bávaros solo derrotaron al Hertha de Berlín en el descuento (4-3). Uno empieza a pensar que ese 2-8 traumático del Barcelona en Champions fue el primer aviso de una tendencia que se va extendiendo entre los grandes clubes. ¿Cuáles son, sin embargo, las razones? Sin duda la pandemia, con las pausas en la competición y los arreglos del calendario, está marcando el ritmo de los equipos y su puesta a punto, pero quizás es aun más decisiva la ausencia de público. Sobre todo en Inglaterra y Alemania, donde las aficiones se hacen sentir y animan más cuando su equipo pierde.

Old Trafford, durante el United-Tottenham.
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Old Trafford, durante el United-Tottenham.AFP7 vía Europa Press

Hace años Jorge Valdano introdujo en el fútbol el concepto del miedo escénico, ese diálogo entre cuerpo y mente, entre jugador y espectador, que es capaz de arruinar a unos y motivar a otros. Sin la presión habitual de la afición que se sabe ganadora, ahora emerge otro tipo de miedo escénico, quizás más sutil y democrático: el de jugar sin público, entregados a su suerte, perdidos como personajes en una obra de teatro de Samuel Beckett.