El día del Watusi
Si algo me enseñó el Watusi de Casavella es que el ritmo no es lo mismo que la velocidad. Es una lección útil de vida. Un secreto. Lo saben los mejores bailarines, los caballos de carreras y los futbolistas elegantes. Lo sabe el Simón de Miqui Otero. Los saben en los billares. Hay que saber parar a toda velocidad y arrancar cuando nadie lo espera. A Vinicius le costaba esto. Tanto es así que por momentos se dudó de que pudiera llegar a ser uno de los grandes careciendo de eso, de ritmo. ¿Eso se aprende o es innato? ¿Es una forma de ser o de estar? No sabíamos qué decir. Hasta que ayer le cayó ese balón muerto y supo detenerse, elegir, pensar y mirar. Sin prisa, pero sin pausa. Sin precipitarse, sin intentar meterse con el balón hasta la portería rival y quedarse atrapado en la red como un salmón. Sin intentar hacer cien movimientos distintos al mismo tiempo. Con ritmo. Con tranquilidad. Y entonces supe que sabía. Que, como el Watusi, Vinicius era capaz de bailar suave, corto en el área, sin ocupar espacio.
A lo largo del partido falló otra ocasión a bocajarro. Pero ya daba igual. El fallo, por burdo que este sea, se perdona, pero no la vulgaridad, la falta de recursos, la ausencia de pausa. Que se lo digan a Benzema o a Marcelo. El madridismo, por fin, empieza a creer que hay material del Halcón Maltés, ese con el que se forjan los sueños, en Vinicius. Que no se va a quedar en fuego de artificio. Porque futbolistas veloces y vertiginosos hay muchos. Pero eso se apaga con el tiempo. La pausa es lo que te mantiene, la mano izquierda del cortijo, que dirían los toreros. Ese segundo de tranquilidad en medio del caos. Salah, la estrella egipcia del Liverpool, era así también. Un bala perdida. Parecía que le tuvieran que poner carteles en la grada como a Forrest Gump para que parase. Hasta que aprendió el secreto: que lo importante no es la velocidad, ni el compás, es el ritmo.
El fútbol sigue siendo fascinante porque nadie parece estar viendo el mismo partido a la vez. Hay ciertos detalles que jamás entenderé, que parecen escapar de mi plano lógico, como los mapas de calor, el estado físico actual de Isco o que Zidane sacara del campo ayer a Vinicius. Porque ayer fue el día en que Vinicius entendió todo. Hay partidos que, mirando el resultado o las estadísticas, no dicen gran cosa. Que parecen intrascendentes. Una hoja más caída del calendario liguero. Pero ayer no fue uno de esos días. Ayer fue el día del Watusi. Pocos se dieron cuenta. Porque es un secreto. Y se baila así.