El Sevilla alivia el susto a los grandes de Europa
Las grandes cancillerías del fútbol europeo respiraron con la final de la Supercopa, primera ocasión que un equipo, el Sevilla en este caso, se mete bajo la piel del Bayern y le hace dudar. Hacía tanto tiempo que no se veía sufriente al Bayern que a nadie extrañó la celebración de la victoria en una final que superó el valor que generalmente se le atribuye. Los jugadores de Hansi Flick no podían ocultar la satisfacción y el alivio por la victoria. Están a punto de cerrar una temporada memorable. Sólo falta el Mundial de Clubes para ganar todos los títulos en juego, y desde hace años los equipos europeos son favoritos en la competición. El Sevilla perdió el encuentro pero ganó todo el crédito del mundo. Ha edificado una cultura competitiva que trasciende a cualquiera de las ediciones del equipo.
Seis títulos de campeón en la Europa League le han servido al Sevilla para instalar en el club y sus aficionados el grado de exigencia que sólo está al alcance de los mejores de Europa. El equipo representa a una institución que no desmaya, ni es complaciente. Han pasado dos generaciones de futbolistas y el Sevilla incrementa su vigor cada año. No dispone de los recursos económicos de los portaaviones del fútbol, pero su crecimiento es indiscutible. Lo saben sus aficionados, sus rivales y toda Europa. La final de Budapest acentuó esta impresión.
Al Bayern no le llegó la camisa al cuello en algún momento. Jugó bien, con la ambición, la determinación y los recursos que le han convertido en el gran referente actual del fútbol, pero necesitó llegar a la prórroga y sudar sangre para imponerse. En sus mejores momentos, el Bayern no consiguió quebrar al Sevilla. En los peores, se encomendó a Neuer, que recordó sus mejores épocas con algunas intervenciones extraordinarias.
La primera virtud del Sevilla fue de carácter psicológico. Al contrario que la mayoría de los equipos que han sido derrotados por el Bayern –excepto un empate en la Bundesliga, ha ganado todos los partidos este año–, no salió intimidado. Sus apoteósicas goleadas –ocho goles al Barça, ocho al Schalke 04, trombas constantes en la liga alemana y en la Liga de Campeones– provocan terror, y se nota. El Sevilla no salió arrugado. Miró de frente al Bayern y le obligó a exprimirse.
Si el Bayern se exprime sólo se puede interpretar como una doble señal. Por un lado es la constatación de su gran calado como equipo. También es un equipazo con el viento en contrario. Hace mucho tiempo que no se sentía obligado a remontar un partido. Generalmente el Bayern marca el primer gol, lo marca pronto y tarda muy poco en conseguir el segundo. Apretó los dientes, empató y ganó en la prórroga, pero por primera vez en meses pareció vulnerable. El Sevilla no decayó jamás, como tampoco lo hizo en los enérgicos 20 primeros minutos de la segunda parte contra el Manchester United.
Había interés por observar el rendimiento del Sevilla sin el concurso de Banega. Su ausencia pesará porque el combo Sevilla-Banega ha funcionado como la seda durante años, pero la respuesta del equipo fue magnífica en todos los aspectos. Siempre mantuvo el empaque, con Navas, Koundé, Ocampos, Fernando y Jordán al frente de un equipo adulto. No dobló la rodilla cuando el Bayern le empotró en el área y le apuró de verdad cuando le atacó.
El Sevilla logró que el Bayern pareciera vulnerable, y hasta muy vulnerable en algunos momentos, algo que parecía imposible en los últimos meses y que no pasará inadvertido en los principales cuarteles del fútbol. El Sevilla les ha dado motivo para respirar.