Messi, Picasso y el Museo del Louvre

Cuando se haga un claro en esta confusión que nació tras la peor derrota del Barça en la historia habrá algunas cosas que quedarán claras: el genio del mejor jugador del mundo, que se hizo al abrigo de una idea genial, la Masía, y, sobre todo, el arte de su juego, que no conoce imitadores. Messi ha sido, en veinte años, una enciclopedia de fútbol, basada en la confianza perenne de agradar a su abuela, a quien le dedicó tantos goles como marcó, desde el principio al momento actual de su carrera.

Fue andando el tiempo y ese triunfo sucesivo lo convirtió en un ser con autoridad también fuera de la cancha (ese campito que se fue agrandando) y le pidieron consejos y contratos, pero él se mantuvo adicto a la sencillez artística de su juego, que fue admiración también de sus contrarios. Un día (para mí, un mal día) lo hicieron capitán de su equipo, por cultivarle el ego y hacerle compartir (también con la directiva) sus pensamientos y las decisiones ajenas. Fue un error de un calibre descomunal, al que él contribuyó aceptando la dudosa prebenda.

Leo Messi, en una imagen en la tienda del Barcelona.

Y aquí estamos años después, con un capitán que deja a su equipo antes de que se aclare qué va a pasar con sus compañeros, amparada su despedida en una carta que vale menos, en papel, que la servilleta legendaria que le puso delante Carles Rexach. Pero así son las cosas, y ya no hay vuelta atrás, porque las decisiones (todas las decisiones) las carga el diablo.

Esa decisión de irse, dejando atrás también a los compañeros que aún representaba, pone más de manifiesto el error que tuvieron de hacerlo capitán en una zona de sables y mandobles. ¿Se le hubiera ocurrido a alguien hacer a Picasso director del Louvre, quitándole tiempo así para pintar lo suyo? Pues a Messi lo pusieron a cavar en la tierra de los egos revueltos del equipo, y entre todos le hicieron creer que podía estar en misa y repicando.

Lo que pasa es que ahora la directiva le pide, de nuevo, que sea capitán de una era que está emborronada precisamente porque a él le quitaron tiempo para seguir siendo, en el campo, el mejor del mundo. Veinte años después ese futbolista que es historia del mundo anda entre abogados y faxes. Messi aburrido debe ser como Picasso privado de pinceles, un cualquiera esperando quedarse solo para ensayar jugadas o para pintar los sueños. Volverá, no sé a dónde, y donde quiera que vaya lo miraremos para admirarlo como quien es, un futbolista, un artista, y no un capitán, no, en ningún caso, un militar en el campo.