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De pequeño, cuando dejaba de comer, mi abuela solía llevarme a una señora cuyo don era el de subirte la paletilla. Era un ritual extraño, ahora que lo pienso. Videlina, que así se llamaba aquella mujer enlutada y ojerosa, ordenaba que te sentaras en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared. Casi de inmediato, te agarraba las dos manos, alzando aquellos bracitos de niño escuálido por encima de tu propia cabeza. Entonces medía, calculaba y, sin avisar, pegaba un tirón seco, casi imperceptible, que obraba el milagro: llegabas a casa con tanta hambre que la familia decidía esconder el pan por consenso.

La nostalgia de Messi empieza a hacer estragos y todavía no se ha ido del todo, como esos amores de verano con los que cortas a mediados de julio y te persiguen hasta bien entrado agosto. Esto es habitual en los pueblos pequeños, donde no hay posibilidad de esconder las nuevas conquistas, pero también en los grandes clubes como el Barça, donde ya se empieza a sospechar que el futuro destino de Messi es aquel amigo de la infancia con el que ya no te hablas porque te hacía demasiado feliz: aunque pueda parecer extraño, esas cosas pasan. Que el argentino se haya puesto en contacto con su antiguo entrenador, Pep Guardiola, es una de esas afrentas sentimentales difíciles de encajar para quienes carecen de empatía y sienten el fútbol como una guerra, los primeros dispuestos a rematar a los propios ídolos en cuanto salen por la puerta. Pensando en ellos, no podré más que alegrarme si, finalmente, se culmina el reencuentro.

Pep Guardiola abraza a Messi.
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Pep Guardiola abraza a Messi.JAVIER SORIANOAFP

Pero hay una cuestión más que también me hace contemplar ese movimiento con una cierta tranquilidad: la sensación, como dice mi admirado Jordi Puntí, de que el Manchester City es una especie de Barça en el exilio, un compendio de todo aquello a lo que renunciamos sabe dios por qué razones y que ahora, visto desde la distancia, todavía es capaz de conectarnos con el niño que todo aficionado al fútbol lleva dentro. Quién me iba a decir a mí, a estas alturas de la vida, que acabaría recurriendo a Guardiola para subirme la paletilla, ahora que llevo ya dos días sin probar bocado por culpa del adiós forzado de Messi.