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Cuando eliminan a Simeone, la culpa es de Simeone. Cuando eliminan a Guardiola o a Setién, adalides del buen fútbol, la culpa es de la directiva, de la escasa cultura de club, de errores puntuales de los Sterling, Ederson, Laporte, Semedo o Sergi Roberto, de las vacas sagradas, de la dirección deportiva, del fin de ciclo, de las mareas, de la luna llena y de Mercurio en retrógrado.

Con Guardiola toda opinión es un balón colgado al área en el descuento. No hay término medio. Sin tiempo ni interés para la elaboración. Todo se mueve entre la adoración a un dios en alpargatas que parece haber reinventado el fútbol para gozo y disfrute de comentaristas y analistas exaltados, y ese odio recalcitrante que le niega cualquier mérito y aporte al fútbol por cuestiones extradeportivas. Pero lo impepinable es que Guardiola ha suspendido este curso con rotundidad. A 20 puntos del líder en la Premier, doblegado por el Arsenal más inestable en la FA Cup y eliminado de nuevo en cuartos por un rival inferior. También se podría empezar a decir que Guardiola a lo mejor ficha regular, tirando a mal, con carísimas apuestas personales (Chygrynskyi, Ibra, Benatia, Stones, Nolito, Mahrez, Walker, Ederson) de cuestionable aprovechamiento y rendimiento, que rara vez solucionan los agujeros de sus equipos, colosos con los pies de barro. Goleado en las últimas eliminatorias en las que ha caído (Madrid, Barça, Mónaco, Liverpool, Tottenham, Lyon), ninguno de sus defensas parece estar nunca a la altura de sus necesidades. Y sí: es muy buen entrenador. Meticuloso, trabajador, persuasivo. Pero también es lícito poder cuestionar el rendimiento de Guardiola, atreverse a dudar del mito. Sin exageraciones, sin excusas.

Flick, entrenador del Bayern, dando indicaciones a los suyos durante el partido de cuartos de final de Champions ante el Barça.
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Flick, entrenador del Bayern, dando indicaciones a los suyos durante el partido de cuartos de final de Champions ante el Barça.POOLREUTERS

En el otro lado de la moneda está Flick. A nadie le importa Flick. Nadie sabe quién es Flick. Mis amigos me preguntaron 47 veces quién era el entrenador del Bayern. Cuando les decía 'Flick', parpadeaban con indiferencia. Las cámaras de televisión no enfocan a Flick porque Flick no tiene el carisma de Klopp, ni la gesticulación de Simeone, ni la personalidad de Mourinho, ni el currículum de Zidane, ni el aura divina de Guardiola. Flick es un mindundi que ha convertido al Bayern anodino y timorato de Kovač en el equipo más en forma de Europa. Setién llegó y aseguró que iba a jugar bien, Flick calló y lo hizo. Ha resucitado a Müller tras años vagando errante por el desierto de la mediocridad. Se ha inventado a Alphonso Davies de lateral izquierdo. Hasta Thiago Alcántara parece ahora más alemán que Kroos. Vino como un actor secundario para un par de capítulos y al final se ha instalado en la trama principal sin saber nadie ni cómo se llama.

Y es que a veces quedarse un poco a la sombra del foco te permite hacer trucos cuando nadie te ve. Lo sabe Flick. Lo sabe Messi (dentro y fuera del campo).