La del salmón

Cuando Facundo Campazzo llegó al Real Madrid muchos pensamos que venía en el pack con el Chapu Nocioni. Cosas de agentes, creíamos. Aquel verano le vi en directo en el Mundial de basket en Madrid. Algún movimiento interesante y cierto atrevimiento, poco más. Seguía pensando que no valía para el Madrid. Su primer año de blanco fue malo. Perdía muchos balones, estaba algo pasado de forma, se enzarzaba en peleas absurdas con perros veteranos de la Euroliga como Diamantidis. No daba la talla. Luego se fue a Murcia, donde brilló dos temporadas. Pegó un cambiazo físico y se hizo un nombre en la ACB. Pero seguía pensando que no valía para el puesto de base de todo un Real Madrid. Chacho, Llull, Doncic: hacerse hueco era una quimera.

Apenas tres temporadas después, Campazzo ya es el base más decisivo de la Euroliga con permiso de Shane Larkin. Un jugador franquicia de los que cambia el estado de ánimo de un equipo. Anota, asiste con tremenda clarividencia y su defensa es un espectáculo digno de ver. Nadie pasa los bloqueos como él. Vino para la transición de la inevitable salida de Doncic y al final su marcha a la NBA va a ser tan dolorosa como la del esloveno. O incluso peor aún, tras las falsas esperanzas creadas entre la parroquia blanca con su renovación multianual el verano pasado. Le creíamos blindado y bajo siete candados.

Campazzo y el entrenador del Madrid, Pablo Laso.

La trayectoria de Campazzo es inspiradora. En un deporte lleno de atletas, superdotados y freaks físicos, él se ha colado en la élite sin pedir perdón ni permiso, sacando todo el rédito posible a su 1'78 raspado. Convirtiendo carencias en ventajas competitivas. Canchero, pesado y sin dar nunca un balón por perdido. Anulando a estrellas rivales sin achantarse lo más mínimo, sacando de quicio a aficiones enteras. Un ejemplo de personalidad y profesionalidad.

Estoy seguro de que muchos creen que Campazzo estará cometiendo un error si se va a la NBA. No les culpo. Y sí: es una apuesta personal complicada. Un año incierto para irse, con el everest de su cláusula por escalar, varios meses entrenando solo y unos JJ.OO. al fondo. Pero Facundo lleva toda la vida, tal y como cantaba Calamaro, siguiendo siempre la misma dirección. La difícil, la que usa el salmón.