Zidane, Del Bosque, Muñoz

El Real Madrid ha ganado sus tres últimas Copas de Europa y las dos últimas Ligas con Zidane al frente del equipo. Es un palmarés que impresiona. Convierte al entrenador francés en la representación andante del éxito, y siempre se ha visto al Madrid, y el club ha presumido de ello, como un equipo voraz, ganador, con una pésima relación con la derrota. Desde esta perspectiva, Zidane es el técnico perfecto. La victoria en la Liga lo confirma por enésima vez.

Sin embargo, a Zidane siempre se le coloca la etiqueta de entrenador poco obsesionado con la táctica. No es una rata de laboratorio, se dice. Y de esa manera se le atribuye la virtud de la gestión de los egos, del manejo amable de la plantilla, como si fuera un asunto menor, cuando es el más difícil de los cometidos de un técnico en un equipo como el Real Madrid. En el fútbol, como en casi todo, pesa más la percepción que la realidad. Zidane no pone cara de velocidad, ni su gesto es adusto, ni confunde su trabajo con el de un capataz cuartelero. De esos han pasado varios por el Real Madrid, tacticistas de mano dura que luego no eran ni prodigios de la táctica, ni buenos conductores de la plantilla. Sin embargo, por razones inexplicables, suelen gozar de un prestigio inmerecido.

Zidane ha exprimido hasta la última gota de la plantilla en el sprint largo y extenuante de esta Liga, 11 partidos sin apenas descanso entre las jornadas. Si tenía la ventaja de una plantilla mejor y más larga que los demás, la ha aprovechado magistralmente. El Madrid ganó 10 partidos consecutivos, conquistó el título y concedió un empate en el último partido. Partió con una desventaja de dos puntos con respecto al Barça y se ha proclamado campeón con cinco de diferencia.

Su tacto para mover la plantilla ha sido impecable. El nuevo sistema, con cinco cambios, le favorece por la categoría de los jugadores y porque le permite utilizar a gente que de otra manera habitaría las regiones siberianas del banquillo. Sólo ha orillado a tres: Bale, James y Mariano. Tanto el colombiano como el galés no estuvieron a la altura de las oportunidades que recibieron. Fueron titulares y no lo aprovecharon. Los demás pasaron por el equipo con la perfecta frecuencia que abre el apetito general. Quedó claro muy pronto que el Madrid no iba dejar escapar esta Liga.

Del Bosque y Zidane, en la temporada 2002-03, en la que el primero era entrenador y el segundo jugador del Real Madrid.

El Madrid se movió por la Liga con la potencia de un portaviones y la agilidad de un catamarán. Zidane utilizó todo el arsenal de jugadores, varió de táctica (4-3-3, 4-4-2, 4-2-3-1, 4-5-1) cuando lo consideró oportuno y confió en el espinazo formado por Courtois, Varane, Sergio Ramos, Casemiro y Benzema, a los que se añadió la mejor versión de Modric, y esa es la mejor garantía que un equipo pueda encontrar.

Fue una recta final donde los más jóvenes acompañaron bien a los veteranos, que se encargaron de liquidar la Liga. Quizá no fue un Madrid pleno. Jugó muy bien a ratos, medio tiempo frente al Valencia, otra media parte en Granada, pero no abandonó en ningún momento la sensación de superioridad, concretada con una buena defensa, sostenida mejor que nunca por Courtois, y un extraordinario ejercicio final de Karim Benzema, que tendría todo el derecho a aspirar al Balón de Oro, pero desgraciadamente este año no se entregará.

Zidane quería desesperadamente la Liga. Ya la tiene. El equipo irregular hasta el confinamiento ha recorrido como la seda el posterior calendario exprés. Lo ha dirigido un entrenador que de ninguna manera quiere elevarse sobre los jugadores y quitarles plano. Es el último de una saga que integran técnicos como Miguel Muñoz y Vicente del Bosque. Sobre ellos también pesaban prejuicios, pero daba igual. Encontraban la manera de ganar y dar cuerda a los jugadores.