Últimas tardes con Marsé
Kubala y Suárez me hicieron del Barça. Soy de Barcelona por Serrat, por Vázquez Montalbán y por Juan Marsé, que murió ayer en la Ciudad Condal, después de haber escrito la geografía moral y de ficción de su ciudad, a la que amó tanto como a su equipo de fútbol. Llamaba cualquier verano para saber en qué dial emitían un oscuro partido azulgrana en un remoto estadio del mundo. Sufría en los tiempos difíciles, como estos que ayer aliviaron Messi y los suyos, pero nunca dejó de ser el barcelonista que defendió unos colores que tienen el extraño imán azulgrana. Su muerte deja un vacío enorme en esa hinchada moral, espiritual, que el equipo, en sus tradicionales altibajos, convirtió en un carrusel de victoria y de derrota. 0-5, parece un espejismo y, a la vez, un homenaje. Messi hizo arte y dibujó, con sus palabras finales, sensatez, "actitud y compromiso", como dijo Flaqui en Carrusel. Ganar no es nada, si no es un paso de futuro. Lo merece la memoria de este aficionado que acaba de irse.