Juan Lasheras

Un barco a la deriva

Intenta explicarle a una persona que una pandemia mundial ha destruido a una ciudad, un equipo que parecía de primera, que parecía que volvía al sitio del que nunca debió caer. Ridículo espantoso. En eso se puede describir la temporada dentro de la ‘nueva normalidad’. Pasó el Alcorcón y pintó la cara al Real Zaragoza en tan solo 10 minutos. Un espejismo reflejado en Lugo o en Extremadura, hasta que llegó la SD Huesca, con un gol en el descuento que puso la puntilla a un Real Zaragoza moribundo. Crónica de una muerte anunciada? No lo sé, lo que sí sé es que ahí murió una ciudad. Un equipo que se cayó en casa y que, para colmo, no tenía a su gente para acogerle en sus brazos y decirle que no era para tanto, porque realmente no lo era, y que tendría oportunidades de depender de sí mismo, pero no, no lo hizo.

Porque esto es peor que la hecatombe de Palamós, ahí murió una plantilla pero el zaragocismo siguió, hoy tras haber pasado por Araujo o el gol de Diamanka, la ciudad creía y prologándose durante más de un mes se ha demostrado que el equipo no estaba al altura de lo que la ciudad se merece.

¿Y ahora qué? Pues personalmente no lo sé, el Playoff es un castigo actualmente, dentro de una vorágine de malas sensaciones, de un entrenador que no sabe que responder, de unos jugadores que no se levantan... Un equipo que no quiere pero puede morir, porque el futuro del Real Zaragoza está gestándose. Niños que llevaban con orgullo una camiseta del Real Zaragoza sin importar quién ganase LaLiga o la Champions que hoy se van a dormir siendo un poco menos del Zaragoza.

Bueno, si lo sé... Un Playoff, bendito recuerdo zaragocista, ¿eh?

Una lotería en la que no ganamos nunca, pero lo peor no es eso, es el ánimo de la ciudad. Si preguntamos a la población zaragocista, más de la mitad te dirá que no quiere verlo, porque conoce el destino y su fatal final. Porque todo conduce al número ocho, ocho temporadas consecutivas en el pozo y lo peor es que se han llevado a la gente, esos 27.000 socios no estarán por mucho que se lo pidas. Porque a la gente le puedes engañar una vez, incluso dos, pero no puedes estar toda una vida pidiendo un esfuerzo titánico por su parte sin dar nada a cambio. Zaragoza nunca se rinde y si se atisba un mínimo de esperanza la gente responderá con el honor que le queda, pero al equipo hay que pedirle mucho más porque la ciudad sabe que se puede, porque lo han demostrado y porque queda una bala dentro de la recámara y hasta que no se agote, la ciudad nunca descansará.