El Barça gana rezando

El juego en Villarreal fue un espejismo que prosiguió, a duras penas, cuando Greizman le centró a Messi de la misma manera como éste le había regalado un balón en la última exhibición del Barcelona. Pero ya solo hubo, luego, el gol de Suárez, en una jugada que volvió a tener aquellos olores insólitos del partido del 1-4.

Esta vez el equipo de Setién, y Setién, volvió a las andadas; es decir, a andar en el campo como si por delante no tuviera la responsabilidad de asociar para ganar. Distraido en sus juegos de cartas sobre el futuro, ocupados en esa especie de trabajo de oficina, los grandes y los chicos estimularon su apetito de librar y parecían enfrentarse a una competición perdida, cuyo destino triste se asume como si fuera un mal presagio.

Esa desgana puso en riesgo, desde el comienzo, un resultado que asegurara la victoria. Y ésta estuvo en un tris de no serlo hasta el suspiro final, que el Barça afrontó rezando. El Español no mereció la derrota no tanto por lo que hizo sino por lo que no hizo el Barcelona. Aunque no está bien decirlo, tampoco mereció el árbitro dirigir el encuentro.