La magia se creó en Moaña y se patentó en Sao Paulo

Los magos suelen hacer actos de distracción al inicio del espectáculo para llevar al espectador a su terreno e impresionarlos todavía más en el culmen de su obra. Fue lo que hizo Aspas en la primera parte, haciendo creer al Barça que estaba al borde del desquicie y que no salía ni el truco más arcaico. Hasta se enfadaba, o eso parecía, con sus propios compañeros para regocijo de Setién y compañía. Apuntaba a paseo militar blaugrana y acabó en ratonera con indulto final. Sólo Ter Stegen impidió una caída mayor ante la horda de Aspas y Rafinha. El moañés empezó su show tras el descanso, con un pase de torero a la espalda de la zaga culé. Okay recogió el regalo y Smolov lo envolvió.

Crecido por la belleza de su magia, Aspas pidió un socio para dar mayor lustre al número. Salió a escena Rafinha, un ilusionista de talla mundial. No necesitó más de media hora para ofrecer un tutorial exprés que dejó boquiabierto al personal. El acto final fue apoteósico. Rafinha preparó el terreno, llevando a la desesperación a Piqué con una falta al borde del área que el genio de Moaña convirtió en fuegos artificiales. Disparó por donde nadie esperaba, salvo Gael y Nando, los guionistas en la sombra a los que Iago quiso dar el mérito de un número imposible. El Celta se gusta a cada partido y ya nadie quiere que se acabe la temporada.