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Un Espanyol tan deplorable que ni siquiera morir sabe

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A las dos de la tarde del pasado sábado tenía el Espanyol al alcance igualar a puntos con el Celta y, por ende, con las posiciones de permanencia. En la medianoche de este jueves 25 de junio al viernes, sin embargo, la salvación le quedaba ya a ocho puntos. No es que hayan sido cinco días especialmente horribles, desgraciados. No al menos más que el resto de la temporada. Simplemente, han sido dos jornadas en que, casi por primera vez desde el pasado mes de agosto, los resultados de los rivales directos no han tapado, ocultado, maquillado el espanto que el conjunto perico ha sido capaz de ofrecer jornada sí, jornada también.

El regalo que la defensa del Betis en bloque le entregaba a Calleri en la primera parte del Villamarín y el errático remate de Wu Lei solo ante el portero al final han sido acaso los últimos que ha desaprovechado el Espanyol en una carrera a paso de tortuga, en un camino tortuoso hacia el descenso que se ha convertido en una realidad a la que han esprintado mínimamente quienes marcaban la huida, en este caso Celta y Eibar. Decir que el Espanyol se ha encerrado en su mediocridad es demasiado generoso para referirse a un equipo sin idea de juego, sin espíritu, sin alma. Que si se parte la camiseta no es por luchar sino porque, como le sucedió a Pedrosa con Emerson, es el adversario quien se la desgarra.

Ante el Betis constató el Espanyol, tal como ya se había atisbado contra el Levante, que ni siquiera morir sabe este equipo, que aun estando vivo había entrado de lleno en el duelo, saltándose eso sí numerosas etapas. Ni negación, ni muchísimo menos ira. Solo depresión, lo único que ahora mismo son capaces de transmitir sus protagonistas a la afición. Y aceptación, incluso antes de tiempo.

Al menos para los maltrechos corazones pericos, y por mucho que ahora dirá alguien que aún quedan opciones matemáticas, es que se acabó la dichosa calculadora. Tan pendientes habían estado de ella todos los actores del club, desde jugadores y técnicos a cualquier responsable de este desaguisado, que olvidaron que la única manera de salvarse consistía en ganar partidos.

Nunca fue consciente el Espanyol, o lo supo pero no lo exteriorizó, de que lo que tenían entre manos era el destino del club, su futuro propio, y por tanto, una bomba de relojería que no ha saltado por los aires porque el contador haya llegado a cero, ni tampoco por haber tratado con gallardía de cortar un cable equivocado. Sino de tanto manosearla con el mismo desprecio que un niño malcriado asalta a sus juguetes. El Espanyol se hace añicos. Y ni siquiera se ha enterado.