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El Espanyol sigue en estado de alarma

Bizarro. El Espanyol se mantiene en estado de alarma pese a asomar la cabeza en las primeras dos jornadas de la reanudación de LaLiga. En un partido bizarro ante un Levante maduro, se mostró de nuevo atascado en el juego, sin frescura y blando en defensa, lejos de las extraordinarias sensaciones de la última semana. Como si a los pericos se les hubiera acabado la gasolina y los rivales le hayan adivinado su receta. Quedan ocho finales y no caben redenciones. Todo da la vuelta tan rápido como una peonza, y si no que se lo digan a un aficionado perico que, antes de las 14:00 creía que el Espanyol se salvaría y, dos horas después, vuelve a ver el cielo negro.

La cucaracha. También hubo esos giros de guión en una primera parte eterna, repleta de situaciones esperpénticas, como la de Cabrera. El uruguayo vio un amarilla al protestar una falta de Calleri. Sorprendido, se escuchó repetir una y otra vez: “Le digo que se agacha y él entiende cucaracha”. La situación rozó la esquizofrenia. Él es Del Cerro Grande, protagonista como siempre que juega el Espanyol. Los árbitros son el factor humano en un fútbol sin público. Todo es extraño, y los partidos se vuelven irracionales.

Gol histórico. El propio Cabrera, que no podrá jugar ante el Betis el jueves, siguió con su personaje daliniano en el 1-1. Quizás es la primera vez en la historia de Primera que un central saca de banda y el otro central del equipo marca de cabeza. Un gol fabricado entre centrales, un recurso que justifica ya con este premio la extrañeza de su uso. Como dijo en su día Benito Floro, los saques de banda son muy importantes en el fútbol.

Los cambios. Pero la sensación general desde una grada vacía y silenciosa, más propia de un partido de regional un domingo a las 12:00 que de la Primera División, era que el Levante tenía orden e ideas, y el Espanyol se aferraba a una garra diferente a la de Getafe. Los pericos se habían quedado sin uñas. Incluso los cambios de Paco López le dieron a los granotas esa verticalidad que le faltaba, y en apenas diez minutos marcó el 1-2 y más tarde el 1-3.

Funeral sobre el verde. Diego salvó la goleada y el sonrojo de un Espanyol que vuelve al pasado, esa tenaz carga que, de nuevo, vuelve a convertir la salvación en un ejercicio homérico. Los jugadores se fueron en silencio. No hubo gritos ni quejas, ni celebraciones, como si acabaran de ver a un paciente en estado más que crítico o como si se celebrase un funeral.