Sufrimientos de vieja normalidad

Dice el manido tópico que no se sabe si los gallegos subimos o si bajamos. En esas anda el Celta últimamente: a ratos parece que sube, a ratos que baja. Si tenemos en cuenta los dos últimos partidos, parece que tiende más a bajar que a subir. Tras suspenderse LaLiga, los aficionados de los equipos en riesgo de descenso entramos en un estado de sedación tan placentero como irreal, como cuando te das un golpe y durante unos microsegundos no sientes el dolor que termina llegando. Pero, sedación pasada, aquí estamos de nuevo: con sufrimientos de vieja normalidad. Y además ahora sufrimos cada tres días para no tener ya ni la opción de recuperarnos.

Si salvar un descenso es difícil en circunstancias normales, más lo es con las gradas vacías. Los aficionados podemos enviar aplausos virtuales, se pueden disfrazar los asientos con lonas o recreaciones digitales de dudosa calidad, pero un jugador sabe realmente lo que se juega cuando siente el aliento de veinte mil almas detrás de su nuca. Se juega mucho más que una temporada, está en juego el trauma de un club, el pulso de una ciudad y una pasión que cubre muchísimas pieles. Por primera vez, el fútbol no exige nuestra participación activa como aficionados para que nuestro equipo sobreviva; por primera vez, a los futbolistas la motivación les tiene que llegar exclusivamente desde dentro y no desde fuera durante los partidos. Dudo que haya coachs suficientes para esto y mira que hay coachs.

En caso de descenso siempre podremos tirar del comodín COVID-19: "Una persona se comió un murciélago en China y, seis meses después, nuestro equipo bajó a Segunda". Aunque sabremos que la culpa no es del parón, sino de las carencias que ya estaban ahí antes de la pandemia. Si LaLiga fuese una película, el retorno conllevaría música épica, un renacimiento futbolístico sin igual y hasta al más paquete del equipo jugando como Pelé. Pero esto no es ficción, esto es lo que éramos, esto es lo que somos, y con lo que hay tenemos que luchar por sobrevivir las nueve jornadas que quedan. Tan dramático como bonito.