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Patrimonio mundial del grito

El fútbol necesita del grito como los niños de la respiración que los obliga a reafirmarse al salir al mundo. Es una respiración cuyo mayor relieve se alcanza en el momento en que el equipo propio marca en el otro lado de la cancha, donde están los contrarios. Lo que está ocurriendo ahora, y lo que va a empezar hoy, es una anomalía gravísima que requiere una gimnasia ética y moral inédita en la historia de este deporte: no puede haber gente en la grada, ni por tanto abrazos ni besos ni siquiera otra alegría que la que expresen los futbolistas, profesionales de la defensa y del ataque, pero no siempre aficionados como los que ahora están separados dramáticamente del duelo.

Así que se reinaugura el fútbol y se hace sin gritos. No es tan solo una anomalía, es un misterio que empezará a despejarse cuando se enfrenten dos de las aficiones más armónicas de la historia nacional del fútbol, las del Betis y las del Sevilla, que compiten incluso en la música de sus respetivos himnos. El himno es la armonía cantada, o gritada, de los países, la expresión coral de una pasión dividida. Luego habrá, en lo que queda de la temporada, ocasiones máximas en las que el deporte se hará a cara de perro, pero ya no cantando, ni salvando, ni, sobre todo, en el campo… El fútbol sin gritos es otro fútbol. Sevilla le sacará una música especial.