Las murallas de la aldea de Astérix
Pocas cosas hay más humanas que equivocarse, aunque habría que ponderar a los humanos que se equivocan poco sobre los que se equivocan más. Del mismo modo, rectificar es de sabios, pero siempre será más sabio el que rara vez se vea obligados rectificar por sus acciones. Partiendo de estas dos premisas, lo sucedido con cuatro jugadores de la plantilla del Sevilla este fin de semana tiene un análisis sencillo: metieron la pata, pidieron perdón y ahora habrá que esperar las consecuencias de sus actos por la infracción cometida. El club, LaLiga y las autoridades tienen la palabra sobre el asunto y ahí quedará la cosa.
Ocurre, sin embargo, que el complejo de aldea de Astérix que tiene la afición del Sevilla, beneficioso en la mayoría de las ocasiones, a veces se le vuelve en su contra. Porque es cierto que, por ejemplo, no es el Sánchez Pizjuán el único estadio en el que se escuchan insultos para que los observadores de LaLiga se ceben con los de Nervión como lo hacen. Del mismo modo, no es normal que el Sevilla sea el muñequito de pim pam pum al que arrear desde todas las trincheras a la más mínima. En cambio, cuando el dedo acusador señala con todos los motivos del mundo, toca agachar la cabeza y reconocer los errores.
Y la barbacoa de Banega, Franco Vázquez, Ocampos y De Jong se merece todas las críticas habidas y por haber. Los que hemos defendido la vuelta del fútbol hemos cimentado nuestra argumentación en la capacidad ejemplarizante del deporte para arrastrar a la sociedad fuera del lodazal de la pandemia. Y si los jugadores han tenido todas las medidas de seguridad del mundo y todos los test habidos y por haber, qué menos que su conducta hubiera sido estricta en el cumplimiento de todos los protocolos. No ha sido así y toca apechugar con lo que venga. Pero si a la aldea de Astérix la están bombardeando esta vez es porque algunos de sus habitantes se han quedado dormidos haciendo guardia en las murallas.