Ni Mbappé, ni Haaland, ni Camavinga
Hay algo peor que sentir nostalgia del pasado y es, como canta el maestro Sabina, añorar lo que nunca jamás sucedió. El corazón se rompe y sufres, claro. Ese primer revés que padeces lo recuerdas de por vida. A mí me sucedió en 1996. Todo encajaba, los caminos se dirigían a un destino que no admitía dudas, la situación era perfecta en mi cabeza, pero… Al final Thierry Henry no fichó por el Madrid, se quedó en el Mónaco y un servidor, chafado. Pese a los reproches públicos que hubo nunca perdí la esperanza de verle de blanco. Él tenía 19 años y mucho tiempo por delante. La ilusión me duró 11 años, hasta que le contrató el Barça. Aquello fue la confirmación de que es mejor vivir el presente, con las expectativas justas y así ahorrarte sufrimientos. Después tuve más desengaños (Vieira, Rui Costa, Zanetti, Gerrard, Agüero, Luis Suárez…), pero los gestioné con una mayor filosofía.
Lo que precisa el Madrid ahora mismo es que el equipo vuelva a ser, a ponerse a tono después de dos meses confinado en casa, entre ejercicios de pesas y sesiones interminables de series y videojuegos, a mirarse al espejo y reconocerse para pelearle la Liga al Barça en las once jornadas que quedan y gastar todas las balas para remontar la eliminatoria de Champions contra el City. El Madrid necesita que Zidane se reencuentre con su plan; que Courtois recupere bajo los palos la solvencia que ha demostrado en este parón en los torneos virtuales; que Ramos sea Ramos; que Marcelo esté fino; que Casemiro continue barriendo; que Modric y Kroos hayan llenado el depósito de gasolina; que Fede Valverde siga siendo uruguayo; que Hazard y Asensio sean los verdaderos fichajes, que Benzema recupere afinidad con el gol, que Vinicius y Rodrygo alboroten como siempre... Nos gusta lo que está por venir porque aún no ha venido, pero el futuro no gana partidos. Y eso, en el Real Madrid, es lo más frustrante de todo.