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Sin distancia posible en el fragor

Volvió el fútbol a Alemania, se jugaron varios partidos, no se produjo ninguna circunstancia preocupante y, a falta de las pruebas correspondientes esta semana, la Bundesliga seguirá su marcha. La mirada, por supuesto, estaba puesta en los jugadores, que atendieron el protocolo sanitario con todo el rigor posible. Un fútbol forzosamente versallesco, sin efusión y sin el valor añadido del público, valor supremo que anhelan los aficionados, los futbolistas y la televisión. El fútbol se mira ahora con ojos televisivos, pero la hinchada es indispensable hasta en su condición coreográfica.

El cumplimiento de las normas fue ceremonioso, detallado y quizás estresante. Hace dos meses, los jugadores repetían mecánicamente un código que habían interiorizado desde niños. Los protocolos, que también existían antes de la pandemia, formaban parte de una cultura que no exigía ningún esfuerzo. No es el caso ahora. El COVID-19 ha modificado el comportamiento social como ninguna otra enfermedad en los últimos siglos. Para atemperar sus horribles efectos, las relaciones sociales han desaparecido en su forma tradicional, primero a través de una reclusión que no tiene precedentes y después con unas limitaciones tan drásticas que cualquier contacto es sospechoso.

Se ha hablado mucho de la incertidumbre que supone el confinamiento en el capítulo físico. Se hablado mucho menos del efecto mental en los jugadores, sometidos a la contradicción que supone un juego de contacto con el mensaje de distancia que impera en el mundo. Este mensaje ha prevalecido en sus vidas durante el confinamiento y durante el periodo de entrenamientos, establecidos con un protocolo tan severo que les obligó en las primeras semanas a viajar solos, utilizar un solo balón cada jugador, dejar la ropa fuera antes de ingresar en los lugares de prácticas, no visitar las duchas y depositar el ropaje en otro depósito una vez terminados los ejercicios.

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Lukas SchulzeGetty Images

Si estas normas significan algo, es cuidado, amenaza, peligro. ¿Cómo administrar esta información inquietante en un proceso que exige del futbolista máximo compromiso físico, mental y competitivo? ¿Cómo pasar del protocolo esterilizante al fragor natural del fútbol? ¿Cómo liberar todos los prejuicios y temores en el campeonato? Si el ciudadano se preocupa por el agitado aliento de las personas que pasan corriendo a su lado, el futbolista alberga probablemente los mismos temores, aliviados por las numerosas pruebas que se les realiza y gestionados por las urgencias de sus contratos. Sin fútbol, un alto porcentaje de clubes europeos se abocarían a la quiebra y la vida profesional de muchos jugadores quedaría muy lastimada.

La primera jornada de la Bundesliga reveló ayer algunas respuestas a las dudas que planteaba el regreso del campeonato. Los jugadores siguieron el ceremonioso protocolo hasta que arrancaron los partidos. Desde ese momento, los jugadores no especularon. El cuerpo les pidió regresar a su naturaleza. Puede que recordaran a los viejos partidos de los jueves, con las gradas en silencio y el griterío de jugadores y entrenadores, pero lo que se vio en el Borussia Dortmund-Schalke 04 y en el RB Leipzig-Friburgo fue lo más parecido al fragor habitual de un encuentro. Durante 90 minutos, los equipos olvidaron el protocolo sanitario y se dedicaron a lo de toda la vida: correr y cerrar espacios lo más rápidamente posible, conocedores del viejo axioma del fútbol: la distancia es el mejor amigo del gol.