Una batalla y un semáforo
Una columna de periódico titulada 'Santiago, el confín del mundo' escrita por un periodista italiano, en la que se describía a la capital chilena como foco de miseria, analfabetismo, alcoholismo y prostitución, fue reproducida por un periódico local, días antes de un Chile-Italia de la fase de grupos de 1962 y fue el perfecto caldo de cultivo del partido más sucio en la historia de la Copa del Mundo, en el que hubo entradas salvajes, puñetazos, patadas voladoras, intervención policial e incluso violencia inusitada contra un jugador que estaba tendido sobre el terreno de juego.
Hablo de la mítica Batalla de Santiago en la que hubo más boxeo que fútbol y en la que la violencia fue tan extrema que incluso el propio árbitro del partido, el inglés Ken Aston (que solo expulsó a dos jugadores italianos) abandonó el campo traumatizado y absolutamente concienciado de que, aquel esperpento que había vivido, no se podía volver a repetir jamás. Aston se retiró del arbitraje en 1963 y formó parte de la Comisión de Árbitros del Mundial de 1966 en el que hubo por primera vez amonestaciones a los jugadores, aunque éstas eran verbales, lo que provocaba cierta confusión en el público y en los banquillos, que sólo veían al árbitro gesticular, pero sin saber a ciencia cierta lo que realmente estaba pasando.
Con todo esto en su cabeza, un buen día Aston conducía su coche por la calle Kensington y se detuvo frente a un semáforo y ahí tuvo su gran idea que cambió el fútbol: color amarillo, aún puedes pasar (advertencia, pero sigue jugando) y color rojo, tienes que parar (expulsado). Y así fue como Ken Aston inventó las tarjetas, que fueron utilizadas por primera vez en 1970.
La fuerza del destino
Ivan y Angelo nacieron el 15 de octubre de 1905, a 2.187 kilómetros de distancia. El primero vino al mundo en Estocolmo, mientras que el segundo lo hizo en Bolonia. Ambos tuvieron muy claro su futuro desde muy jóvenes y, de hecho, empezaron a brillar en sus respectivas profesiones a los 22 y 17 años, respectivamente. Ivan era algo más alto que Angelo, pero menos veloz. Angelo era bastante más habilidoso que Ivan, pero también bastante más distraído.
Pese a haber nacido el mismo día no se parecían gran cosa, la verdad, salvo en una muy particular: su interés por el fútbol. Por eso cuando ambos supieron que iban a viajar a Roma el 10 de junio de 1934, con motivo de la final de la Copa del Mundo, se sintieron realizados. Iban a asistir al partido más grande que se podía ver. El sueño de cualquier aficionado al fútbol. Llegó el día señalado y allí estaban los dos en el Stadio Nazionale del PNF, dispuestos a vivir el gran partido. Angelo iba, lógicamente, con Italia, mientras que Ivan no parecía tener una preferencia clara por ninguno de los dos equipos, pese a que una semana antes del encuentro había mostrado cierta simpatía hacia el anfitrión.
Más tarde se supo que el propio Benito Mussolini era quien había invitado a Ivan a viajar a Italia, por lo que es más que probable que el joven sueco sintiera algo más que simpatía por el país que gobernaba Il Duce y que había llegado a aquella final tras dos polémicos arbitrajes, en cuartos contra España y en semis contra Austria, en un partido dirigido por Eklind, el mismo colegiado que se iba a encargar de arbitrar el partido por el título. A falta de 19 minutos para el final Puc marcó el 0-1, pero Orsi forzó la prórroga con un gol en el 81' y Schiavio se convirtió en el héroe del encuentro, marcando el único tanto del tiempo extra.
Acabado el partido, nuestros dos protagonistas, Angelo e Ivan, se saludaron. Uno se apellidaba Schiavio y el otro Eklind. Eran el goleador y el árbitro. La primera vez en la que dos personas nacidas el mismo día fueron protagonistas de una final de la Copa del Mundo.