A Valdebebas no le puedes pedir una Quinta del Buitre

El aficionado clásico del Real Madrid, acostumbrado a compartir el caviar y el chuletón de buey hasta llenar el estómago, siempre le gustó detenerse en los chicos de la cantera al añadir estos un plus de compromiso, entusiasmo y lealtad a la camiseta y el escudo. Mandamientos que no le puedes exigir a un foráneo cuando aterriza en la luminosa pasarela del Bernabéu. Por eso a jugadores criados en casa como De Felipe, Grosso, Serena o Velázquez no les pesaron las piernas para ganar la Copa de Europa de los famosos Ye-Yés a pesar de haberse ido dos años antes Di Stéfano, mientras que Puskas y Santamaría no contaban por su edad. El Madrid ganó esa sexta Orejona al Partizán con once españoles, varios de ellos canteranos. Eso se llama ADN. También lo tenía un jovencísimo Camacho, que venía de Albacete y se estrenó en el Castilla, al que no le pesó nada marcar a Cruyff, el Messi de la época. Lo dejó seco en su primer Clásico en el Bernabéu (1-0). Y qué les voy a contar de la Quinta del Buitre que no sepan. Aunque les quedase clavada la china en el zapato de no haber ganado la Copa de Europa, siempre serán recordados como los muchachos que cambiaron el diseño del fútbol, al coincidir generacionalmente una hornada irrepetible (Butragueño, Míchel, Sanchís, Pardeza...). Cinco Ligas seguidas les avalan.

Ahora ya no está la vieja Ciudad Deportiva y el progreso permite al Madrid presumir de Valdebebas, la mejor Fábrica del mundo. Instalaciones imponentes, campos en perfecto estado, monitores de formación, psicólogos, ducha caliente a todas horas... Los chavales lo tienen todo para triunfar. Pero desde Carvajal, Nacho, Lucas Vázquez o Valverde, cuatro fieras que defienden la camiseta como si les fuese la vida en ello, no han salido más jugadores "que derriben la puerta", que diría Camacho. Hace años fui a un partido del Castilla y el parking estaba lleno de cochazos deportivos. No eran del primer equipo, eran de los jóvenes del filial de Segunda B. No digo que nos volvamos involutivos, pero es que a los críos de ahora les falta el hambre que hubo en las generaciones que les cité. Por eso me gusta Valverde. El Pajarito se ha ganado el respeto irrumpiendo con la fuerza de un búfalo y la ilusión de un juvenil. Que los demás tomen nota.