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Las lonas nunca animan

Cada uno llega al deporte a su manera. Al fútbol yo llegué por inercia. Veía jugar a mi hermano, a mi hermana y a mis primos. Mi padre me hacía creer que él siempre puso los mejores centros, aunque jamás luchó una jugada dividida porque siempre fue el más bajo de su equipo. Mi tío Ricardo me insistía en que conseguiría buen control del balón haciendo toques y yo ahí dale que dale balón arriba, balón abajo, intentando superar los quince toques con una pelota mayor que mi cabeza. Y había una anciana en el edificio que a la que me oía chutar contra la pared de la portería me pegaba un manguerazo.

Crecí queriendo ser futbolista, como tantísimas otras personas. Y en esas fantasías infantiles, que son las más sinceras y las más inocentes, siempre me imaginaba celebrando goles con el público. Sin embargo, uno empieza a curtirse en el fútbol en la soledad. Por eso siempre adorné mis mejores jugadas. Explicaba lo que me daba la gana porque total, más allá de mis compañeros y entrenador, quizá sólo mi madre me había visto, y quizá ni se había enterado porque en ese momento estaba hablando con la madre de Julián, aunque luego lo negara.

Pero la realidad es que mis sueños más húmedos jamás se producían en estadios vacíos. Quienes no llegamos a pisar un césped, o la arena, de un estadio con gradas casi llenas siempre envidiaremos a los futbolistas que tanto veneramos. Por eso muchos de los que nunca llegamos a profesionales acabamos en las gradas. Porque creemos –sabemos– que un grito te avisará de que te presionan por detrás, que dos síes seguidos te alientan a evitar que la pelota salga fuera, que unos cuantos insultos al oído pueden ser el mejor carburante cuando ya no quedan fuerzas.

Las lonas que se situaban en los Goles del Estadi Olímpic de Montjuïc.
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Las lonas que se situaban en los Goles del Estadi Olímpic de Montjuïc.DIARIO AS

Y ahora me imagino que se reanuda la Liga sin público. Y escucho que eso está guay porque podrán experimentar con los enfoques de la cámara, y que se podrá escuchar a los jugadores, y que quizás hasta prueben con efectos de sonido y lonas que simulen al público. Y joder, sí, en Montjuïc el Espanyol consiguió cosas hermosas en esas gradas decadentes que habían albergado un pasado mejor y que entonces eran un refugio sagrado para unos peregrinos sin destino. Y lo consiguió con aquellas lonas publicitarias. Y con una pista de atletismo como cinturón de castidad. Pero aún disimulando el vacío, había vida. Incluso en Cornellà hay más vida de la que los memes quieren hacen creer. Si el Espanyol sigue en Primera es gracias a la grada.

Podrá ser cojonudo ese ASMR de hinchas, pero jamás habrá nada como el runrún después de una entrada a destiempo. O el fervor que aumenta a medida que una contra llega al área contraria. No sé qué es lo que oyen, huelen, ven o sienten los jugadores en el campo. Pero me niego a pensar que el futbolista se ha convertido en un ente tan robótico que rinde igual en un campo vacío que en otro con ambiente en las gradas. Quiero decir, uno podrá practicar mucho con el espejo, pero no es hasta que besa otros labios que entiende que esa será su perdición. O su salvación.