Tropezar de nuevo en la misma piedra
Quitando los años de Laporta o los de los grandes éxitos de Cruyff, el Barça que recuerdo es uno con tendencia a la autodestrucción. En esas épocas también hubieron momentos de tensión, pero no fue la tónica general como lo es desde que Bartomeu empezó a presidir tras la dimisión de Rosell, por las mentiras en el fichaje de Neymar. Un club que debería dar saltos de alegría por contar con Messi, única constante positiva que jamás le falla, se dedica a autofagocitarse. Seamos claros, si Leo no apagara todos los fuegos en el césped, en estos momentos el culé sería un club calcinado por las tendencias pirómanas de algunos de sus dirigentes.
Habrá quien piense que toda esta deriva que ha ido desgastando así al Barça proviene de la inesperada marcha de Neymar, con el cúmulo de infortunios posteriores (Dembelé, Coutinho, pagos desorbitados, etc) y de la desaparición paulatina de grandes mitos como Xavi, Puyol o Alves, para los que no se han hallado recambios. En este sentido, tal vez se podría justificar, pero no del todo. El club podría haber sido más ambicioso al cambiar las piezas, trayendo a Thiago Silva o Marquinhos, por ejemplo, y prescindiendo de los Yerry Minas o Marlon de turno. El Barça tardó tres o cuatro años en traer un sustituto de Puyol y de Xavi. Al de Alves aún se le espera.
Con respecto a la marcha de Neymar no hay justificación que valga. Que se marchara es culpa absoluta del club. Él quiso irse, sí, pero no sucedió por mala suerte, sino por la cláusula irrisoria que la directiva le puso a uno de los mejores jugadores del mundo. ¿Cómo fue posible? El Barça está siendo derruido por su presidencia mediante luchas internas, desacreditación de jugadores en las redes sociales, declaraciones cainitas, dispendios, fichajes innecesarios, compraventa en Wallapop, pretemporadas absurdas, etc. Mi hermano dice que a veces no tropezamos con ninguna piedra, sino que nosotros mismos somos la piedra. Así es el Barça, un club que de tropieza una y otra vez consigo mismo.