Polacos
Dentro de poco más de un año, cuando Josep Maria Bartomeu finalice su mandato y se vaya a casa, miraremos atrás y no nos pondremos de acuerdo sobre la valoración de su mandato, lo que vendría a certificar una de las peculiaridades más reconocibles del socio y aficionado azulgrana: el municipalismo. Nadie definió mejor esta atomización de la mirada culé que Frank Sobotzka, el jefe de los estibadores del puerto de Baltimore en la inolvidable The Wire: "tres polacos, cuatro opiniones". Ya ven que de las frases de David Simon se aprovechan hasta los gentilicios.
A Bartomeu, como a su predecesor Sandro Rosell y mucho antes a Josep Lluís Núñez, le han llovido los elogios desde un sector muy específico y poderoso de la prensa catalana. Es fácil de detectar, si uno repasa algunas de las entrevistas concedidas a ciertos popes de la prensa deportiva: siempre encuentra un momento el todavía presidente para mostrarse considerado y señalar a su interlocutor que "esa es una muy buena pregunta". Y así, entre buenas preguntas y mejores intenciones, ha ido capeando Bartomeu temas tan espinosos como el fichaje de Neymar, el pacto condenatorio contra el club, la reaparición y excesos de los Boixos Nois, el 'Barçagate' o los constantes problemas con algunos pesos pesados de la plantilla. Nada, a fin de cuentas: miel sobre hojuelas para quienes viven de ver el vaso medio lleno y contárnoslo a rebosar.
Tampoco le ha faltado oposición, las cosas como son. En estas mismas páginas se ha dado cuenta de todo lo anterior -y algunos deslices más- con profusión de detalles, pero lo cierto es que nada parece haber afectado en demasía a la buena imagen de un presidente que, de poder concurrir nuevamente a unas elecciones, volvería a ganarlas de calle ¿Y por qué, si ha sido tan mal dirigente como algunos lo pintamos? Pues porque es el presidente del Barça y todavía son muchos los que conceden al cargo cierta naturaleza divina. "Hablas así de Bartomeu porque te has vendido a la prensa de Madrid", me dijo hace poco mi padre. Así las cosas, no les extrañe que, cada cierto tiempo, corra al amparo de mi madre y solicite revisar el libro de familia para comprobar que somos gallegos, no polacos.