Un partido perdido

Cada trabajador tiene derecho a defender su salario, pero eso no quita que los futbolistas de élite que se muestran reacios a aceptar una rebaja en sus sueldos en un contexto de crisis que está afectando a la población (y que sin duda aumentará más pronto que tarde con unas consecuencias tan incalculables como inciertas) se disponen a jugar un partido que tienen perdido de antemano ante la opinión pública.

Dentro de su derecho de reivindicar lo que es suyo como cualquier trabajador, a las grandes estrellas del fútbol que nos han enseñado en estos días lo bien que se puede sobrellevar un confinamiento en una casa de tres plantas, piscina, jardín y gimnasio, alguien les tendría que aconsejar que más allá de las donaciones tan bienvenidas, su prestigio está en juego.

Los ídolos caen tan rápido como ascienden y ellos, ajenos al mundo por circunstancias, juventud o entorno, parece que no acaban de conectar con lo mal que lo está pasando y lo pasará la gente que dentro de sus posibilidades sustenta su modo de vida. Porque son los aficionados de a pie, los mileuristas, repartidores, sanitarios, reponedores, ciudadanos que viven en un piso con 80 metros cuadrados en el mejor de los casos con los abuelos y los niños y que sudan la gota gorda para llegar a fin de mes los que les permiten tener esos contratos. Ellos son los que compran las entradas, pagan los abonos, adquieren los paquetes de televisión para animarles desde casa y en Navidad hacen el esfuerzo de regalarle a sus hijos e hijas la camiseta oficial de sus ídolos que vale más de 100 euros. Y si sobra algo, acompañan al equipo a los desplazamientos donde no se llevan ni un saludo de sus héroes al final del partido la mayoría de las veces.

Bajen a la tierra, miren a su entorno y no pierdan el partido de la gente. Porque, reconociendo toda legitimidad a defender lo que generan, a ustedes les sobra lo que otros jamás han imaginado que podrían llegar a tener. No jueguen ese partido, que lo van a perder por goleada.