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El bochornoso papel de la UEFA

El mismo día que se suspendió la Liga en España se jugaron seis partidos de la Europa League, en un momento de alarma mundial generada por la pandemia del COVID 19. Cuatro de ellos se jugaron a puerta cerrada (Olympiacos-Wolverhampton, Lask Linz- Manchester United, Wolfsburgo-Shakhtar Donetsk y Eintracht Frankfurt-Basilea), dos fueron suspendidos tras la tajante decisión del Gobierno de Italia, que ha ordenado la cuarentena en todo el país, y otros dos se disputaron con las gradas a reventar en Glasgow (Rangers-Bayer Leverkusen) y Estambul (Basaksehir-Copenhague). Esta macedonia de partidos revela el desastroso papel de la UEFA y la incapacidad de sus dirigentes en el proceso más dramático que vive Europa desde la II Guerra undial.

Lejos de arbitrar una medida rápida y contundente –no era otra que la suspensión de la Liga de Campeones y de la Europa League-, la UEFA eligió la irrealidad en un momento donde no hay tiempo que perder. Su empeño en mantener vivas las dos competiciones, incluso de la delirante manera en la que se han disputado esta semana, ha sido un ejemplo de irresponsabilidad y estrechez de miras.

Nada justifica su terca posición, condenada al fracaso por la evidencia del colapso que se abate sobre Europa. Ha tardado más que ninguna otra gran organización deportiva –el COI comienza a dar todos los síntomas de retraso- en detener las dos competiciones, sin ningún entusiasmo a la vista de su breve comunicado inicial, que establecía la suspensión de los partidos durante una semana, plazo ridículo en las circunstancias actuales.

A la fuerza se ha impuesto la cordura en un organismo que empieza a tomar muy tarde las medidas que desestimó durante las dos últimos semanas, en el fragor de una plaga que requiere máximo control, unidad de acción en la batalla y la pedagogía adecuada por parte de los poderes, y en el fútbol europeo no hay ninguno mayor que la UEFA. Asusta su falta de liderazgo y visión.

Donde los expertos predican pautas estrictas de higiene, aislamiento y distancia social que atenúen el número de contagios, la UEFA ha permitido algunos partidos atestados de gente, con miles de aficionados viajando de un país a otro: 3.000 hinchas del Atlético de Madrid, representante de una ciudad acuciada por el coronavirus, acudieron a Anfield y cerca de mil seguidores del Bayer Leverkusen viajaron a Glasgow. Ha sido una invitación al desastre.

Sólo la codicia y la insensatez explican el disparate, de ninguna manera disculpado por los tristísimos partidos sin público, que convirtieron el fútbol en una parodia indigerible y al deporte en un artefacto diseminador del virus. Trey Thompkins, cuya condición de portador del virus se conoció el miércoles, disputó con el Real Madrid el partido a puerta cerrada contra el Armani de Milán.

La UEFA toleró el peor escenario frente a la pandemia, y no por desconocimiento. El drama se multiplicaba exponencialmente en varios de sus países afiliados, Italia y España principalmente. Hace una semana, Evangelos Marinakis, presidente del Olympiacos griego y propietario del Nottingham Forest, declaró que estaba infectado. En esos días, su equipo se había enfrentado al Arsenal en Londres.