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Potencia, calidad y azar en un partido absolutamente loco

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El fútbol es una de las potencias del alma. Por eso maneja a su modo los sentimientos y las tácticas. Lo que pasó en Anfield el miércoles es la consecuencia de todas esas propiedades, naturales o exóticas, del deporte. Para animar aún este carácter extraordinario del encuentro, podría ser este, durante algún tiempo, el último partido al que asiste público.

Ya antes de empezar, aunque sólo fuera por esta última circunstancia, el Liverpool-Atlético estaba llamado a hacer historia. Además, lo sería finalmente porque la calidad a la que se refiere Klopp no fue practicada solo por el equipo de casa, a la postre derrotado clamorosamente por su visitante. El Atlético de Simeone, tan señalado como defensivo, practicó durante parte de los primeros cuarenta y cinco minutos un fútbol ciertamente impropio de su fama.

João Félix, feliz tras la clasificación.
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João Félix, feliz tras la clasificación.

Ese Atlético combinó de forma espectacular como si estuviera en un partido dominado tanto en la cancha como en el marcador. Como si sus futbolistas se hubieran desprendido de la (mala) fama de equipo de cerrojo y quisieran convencer a los de Klopp que ellos están también facultados para entretener atreviéndose a pasarse el balón como en un entrenamiento de los Glober Trotters. Lo extraordinario fue que, en una parte mínima del partido, la furia inglesa se desplazó y anidó en el alma de un inédito, Llorente, que desde la nada saltó a la más absoluta gloria. Confundido, Klopp ahora llama a eso jugar mal. Pero en esta ocasión su juicio estético no maneja suficiente materia ética.