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El abatimiento y las corazonadas

EI último borrón que se puede esperar del líder de un campeonato es el abatimiento, la falta de energía y compromiso colectivo que se requiere para defender su privilegiada situación. En el Real Madrid ese defecto resulta imperdonable en cualquier partido, pero es inexplicable en la situación actual. Desde la noche de los tiempos, se le valora especialmente por su resistencia a la derrota, ese "somos el Madrid, oiga" que le impide el desmayo. Por esa razón, fue inexplicable su anodino partido con el Betis, un compendio de pésimo juego, desorden y dejadez.

La derrota figura por derecho entre las más decepcionantes del Madrid en mucho tiempo. No han faltado malos partidos –en París y en Mallorca a la cabeza de todos–, pero aquellos días de crisis, con Zidane contestado en algunas instancias importantes del club, sirvieron de plataforma para la recuperación, que se prolongó sin derrotas durante tres meses, hasta el grave resbalón ante el Levante. Mejoraron los resultados y el juego, que alcanzó momentos reseñables en varios encuentros. Ya no. El Madrid ha regresado al desconcierto.

Mariano, durante el partido entre el Betis y el Real Madrid del pasado domingo.
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Mariano, durante el partido entre el Betis y el Real Madrid del pasado domingo.

Pocas veces se ha proclamado en el Madrid un fervor por la Liga como en esta temporada. Lo recalcó Zidane desde la pretemporada y lo pregonan los jugadores en las declaraciones. Su recuperación pareció marcada por el renovado apetito de un equipo que había fracasado en los dos últimos campeonatos. El liderato y la victoria sobre el Barça –meritoria, pero menos brillante de lo que se dijo– ayudaban a explicar la fijación del Madrid por el campeonato. ¿Cómo se explica entonces su desastre frente al angustiado Betis actual?

El Madrid avisaba en las últimas semanas de un decaimiento que en el viejo Heliópolis se convirtió en derrumbe estrepitoso. Aplastado por la Real Sociedad en el Copa, partido que probablemente ha tenido más consecuencias de las previstas, el Madrid empató en el Bernabéu con el Celta, perdió con el Levante y el Manchester City, ganó al declinante Barça y se arrastró en el campo del Betis. Es una secuencia establecida en tres competiciones, suficientemente amplia como para emitir señales muy preocupantes.

Ilógico. Sorprende que su rendimiento descienda aún más frente a los rivales más accesibles, los que ocupan las últimas posiciones. De los 25 puntos que ha perdido hasta ahora, 17 los ha concedido frente a equipo que figuran en la mitad baja de la tabla: Athletic (10º), Betis (12º), Levante (13º), Valladolid (15º), Celta (17º) y Mallorca (18º). Le cuesta tanto imponer su autoridad que rompe la vieja lógica del fútbol: los mejores ganan a los peores.

Menos lógica tiene la pesadumbre que manifestó contra el Betis. Excepto Courtois, no hubo un solo jugador que llegara al aprobado. Dice mucho del estado del equipo la gran aportación del portero, cada vez más exigido por carencias que parecían superadas. En las últimas semanas, el Madrid ha concedido dos o más goles contra la Real, Celta, Manchester City y Betis. Atrás quedaron los días de su celebrada eficacia defensiva.

Han vuelto las grietas defensivas, las líneas se separan demasiado, algunos centrocampistas dan síntomas de agotamiento y la producción de Benzema se ha estancado. Si a estas impresiones se añade una sorprendente apatía, el panorama se enturbia. El Madrid de los cinco titulares en la selección mundial FIFA depende ahora del alboroto que genera Vinicius, un chaval de 19 años. El Betis, que empezó el partido atacado por los nervios, no desaprovechó la descuidada respuesta del Madrid. Dos futbolistas, Fekir –un jugadorazo en toda regla– y Canales se dieron un baño de satisfacción.

Comienzan a proliferar las explicaciones a esta regresión. Son tantas que sirven para escenificar el desconcierto que transmite el Real Madrid. A todas las que se manejan, sería conveniente añadir otra: la presencia de jugadores como Mariano, sin un minuto en la Liga hasta su aparición en los últimos cuatro minutos contra el Barça, tiene el aire de las corazonadas, que es el discutible remedio en las situaciones donde casi nada funciona.