Un Barça con brackets

Hay momentos en la vida en los que uno no está para nada, ni siquiera para un Clásico al que la historia siempre mira con ojos de truhán de discoteca. Al medio tiempo parecía que Messi estaba pensando en apuntarse a Ciencia Políticas, Sergio Ramos en la conveniencia de seguir invirtiendo en arte y medio mundo en cambiar de canal, irse a la cama o simplemente hacer testamento por lo que pudiera pasar. Decir que el partido salió desangelado es mucho decir pues, al parecer, unos lo tenían exactamente donde querían y los otros se fueron con la conciencia tranquila porque, alegan, habían perdonado. A mí me sucede esto mismo con la vida, supongo, pero hace mucho tiempo que mi entorno no se cree tanta disculpa.

Lo que vimos en el Bernabéu se asemejó a una de esas cenas de ex-alumnos en las que nos damos palmadas en el hombro y contamos viejas anécdotas tratando de esquivar lo evidente: que el pelo de antaño apenas se intuye, que la barriga es consecuencia del abandono, no de la tiroides, y que a Rosario la seguimos llamando por el diminutivo porque, como el Madrid, nos parece que Rosarito siempre vuelve. Es el quiero y no puedo de la nostalgia, tan implacable con las vidas más corrientes como con los dos grandes del fútbol español: gigantes que se desmoronan a la espera de un relevo generacional que no termina de cristalizar.

El Madrid de hoy es el espejo del Barça de mañana: un equipo sin su máximo referente en los últimos años, que pelea por mantenerse a flote por puro instinto de supervivencia, conformista hasta el extremo de que una victoria deslucida es celebrada como los grandes títulos de antaño. El final de la era Messi se acerca y nadie parece saber cómo gestionar esos últimos años del argentino, obsesionado el club entero por un culto a la inmediatez que solo favorece a los que gobiernan. Su presencia debería servir para renovar los votos de la excelencia e ir formando, a su alrededor, un entramado de nuevas piezas y mecanismos, pero sus dirigentes parecen conformarse con la misma solución estética a la que recurre Rosarito para ganar tiempo al tiempo: ponerse brackets.